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ADRIANA LAMELA (Neuquén-Neuquén-Argentina)

AZALEA, TIERNAMENTE NEGLIGENTE

La calle se ve desierta. Descuidada y fría, va Azalea (fuera de sí). Crece en la noche mísera. Inadvertida, se instala en el ocio urbano. Se enciende. Crece al descuido. Sin la pereza de las noches, Azalea se aferra al verde; se abre como una Dama de Noche, incorporada y dócil; reafirma su vagabundear librado a las consecuencias y abandona el ayuno recostada en una esquina cualquiera. A la birlonga.

FLOJEDAD MASCULINA

Si un hombre domina los fines seguro es imperfecto; hay que ignorar su abstinencia, sus modos de dialogar (dudosas rebeldías en sus modales). Hay que tomar distancia: no sabe a lluvia su piel, no poseen eje sus raíces. Pura llanura.-

POMPAS DE JABÓN

Echa por la boca las pompas de jabón, junto a la mesada donde descansa el tazón de agua, con los platos sucios y los restos del exquisito postre sobre la mesada y la botella de detergente cayendo de su mano derecha; la mano izquierda en la garganta, flojamente, intentando despejar la salida del aire, hasta que descubre que se ha tragado el tapón de la botella.

LA OBSESIÓN DE UN SUEÑO

Había una vez un sueño pendiente que cuando se alineaba tímido y nadie lo requería se sentía como dejado en el tintero, como que no acaecía, y a lo mejor así era; quien lo sabe. Los otros sueños se mofaban de él y por las noches, cuando las personas abrían su mente a la duermevela, circulaban ajenos a la obsesión del nostálgico.

ESPERANDO A CARLOTA

Esta es la historia de Pitiminí, un poblado lejano y pequeño. Tanto, que no podía verse en ningún mapa. Allí los acontecimientos nada tenían que ver con el tiempo común, porque nunca hubo almanaques ni relojes.

I
Al mismo tiempo que el sol se desperezaba, esparciendo sus rayos en el cielo salpicado de gaviotas, nacía el día en Pitiminí. Y llegaba a su fin cuando la luna, envuelta en su manto negroazulado aparecía, enorme y redonda, precedida por un cortejo de estrellas.
Cuenta la historia que en aquel sitio perdido del planeta, cuando las nubes densas y grises bordeaban el horizonte o cuando las tormentas marinas azotaban sus playas, los días y las noches sencillamente no acontecían.
Al renacer el sol, los hombres se iban de pesca o fumaban pipa. Las mujeres horneaban pan y asaban pescado y los niños, juntaban almejas o jugaban a las escondidas.

Sin embargo, cada noventa veces y media después de la aparición del sol y de la luna, todos los pitiminienses, sin excepción, se reunían al pie del faro y en el más absoluto silencio, dirigían su mirada hacia alta mar.
Esperaban la llegada de Carlota, un enorme y antiguo buque, con el casco más negro y brillante que pueda caber en la imaginación, adornado con incontables banderines de todos los colores, mecidos por la brisa marina.
El buque traía a Pitiminí las alegrías de un circo, con payasos acróbatas, monos saltarines y focas amaestradas. También la magia de los libros, con maestros de la lengua y la aritmética y el placer de algunos manjares que los pobladores guardaban, administrándolos cuidadosamente hasta la próxima visita: bananas, manzanas y mandarinas; leche, jamón y harina. Gasas y tules de la India y hermosas sedas traídas desde China.
La gran feria se extendía durante toda la jornada hasta que la luna asomaba detrás del Carlota y una bella melodía, anunciaba su despedida:

Dibida, dubadu, dabadi …
Liraliralarara, lururum, lururum …
Mmmmmmmmm, shhhshshsh …

Y así se medía el paso del tiempo: en la espera y en los sueños que nacían y renacían con la visita del buque.

Según sigue la historia, cierta vez, noventa veces y media después del último viaje, todos los pitiminienses esperaron en vano al pie del faro, frente a las costas del Pizcapulli.
El sol se desperezó; las olas del mar agotaron su espuma de tanto acariciar la arena. La luna y las estrellas, opacas por la pena, asomaron tímidamente para vigilar el sueño del pueblo. Una ráfaga de viento marino, frío y antipático, se deslizó sobre la playa. Nadie se movió.
El sol volvió a desperezarse y la luna iluminó otra vez, siempre redonda y blanca. Y nadie se movió. Otro viento, tibio y polvoriento, se desparramó sobre el pueblo inmóvil. De pronto, un ruido ensordecedor sobresaltó el corazón de los presentes que cerraron sus ojos del susto; lo que vieron al abrirlos, los sobresaltó aún más.

II
Sobre la superficie del mar, a escasos metros de la orilla, se encontraba un enorme pájaro de metal, de color gris con ventanillas ovaladas y una nariz lustrosa. En un costado de aquella nariz, se hizo una abertura y desde su interior, comenzaron a salir en hilera, varias figuras vestidas de azul, cargando en sus brazos cajas y más cajas. La última figura, con sombrero y unos anteojos oscuros, se instaló en un extremo del embarcadero y abriendo sus brazos, comenzó a gritar en un idioma extraño:

“A todos los habitantes de este pueblo perdido en el mar, el viejo buque Carlota ha encallado al otro lado de la bahía y sus días de navegación han terminado. Pero ustedes, queridos habitantes de Pitiminí, no tienen por qué preocuparse. Desde ahora, ya no tendrán que aguardar eternos tiempos para que la feria los visite. Aquí, ante sus ojos, “Carlos I”, un moderno hidroavión que …”

Los pitiminienses, no entendían el lenguaje de aquel extraño hombre vociferante y los gritos fueron quedando atrás del ruido que hacían las olas al quebrarse frente a la costa. Mientras tanto, las figuras azules, comenzaban a levantar la nueva feria.
Y a medida que el sol desaparecía en el horizonte, un manto de tristeza, negro como el casco del viejo Carlota, cubría por completo el cielo, tan abruptamente como un huracán. De los ojos de cada habitante, perdidos en alta mar, caían lágrimas saladas formando surcos en la arena que luego borraron las olas.

Epílogo

La historia de Pitiminí fue reconstruida con los relatos del tatarabuelo de mi abuelo y un poco de la imaginación literaria de mi madre.
Los relatos en cuestión fueron hallados entre los restos del Carlota, muchos años después de que encallara, por un barco pesquero cuyas redes se engancharon en uno de los mástiles del buque hundido.
Mi madre llevada por la curiosidad, investigó todo lo relacionado con aquel extraordinario suceso y descubrió que, efectivamente, existió un hidroavión llamado “Carlos I”, propiedad de una empresa europea de espectáculos artísticos, en coincidencia con las fechas de aquellos relatos.

También encontró, en los archivos generales de un diario, una noticia que detallaba las extrañas circunstancias en que el hidroavión “Carlos I”, había desaparecido en su viaje inaugural. Nunca se encontraron rastros del avión, ni de sus tripulantes.

Y yo, por mi parte, aún sigo comprando mapas actualizados, en busca de aquel pueblo llamado Pitiminí o del mar Pizcapulli que baña sus costas.

CONTORSIÓN

un costado
de mi
no sabe cómo resignar los lugares comunes;
estalla en lágrimas
y retuerce mi perfil

Hay un estrépito de huesos rotos sobre mi cama

INTERSTICIO

mi pelvis va en blanco
hasta el ángulo sin grafías
de una imagen descalza
todavía sin voz
atesoro
urgentes las palabras
y flota vuelta en ser
uno por uno ese difuso eco familiar
uno por uno los dedos reunidos en mi cintura
para pedir la luna al silencio de la noche
que se manifiesta
dulcemente
en mi memoria

PROFUNDO

Este amor es tan posible como un perfil de átomos
sin embargo por momentos se me ahoga
y es cuando subo las bardas
buscando me devoren con su altura

O QUÉ

O todavía, un voluminoso amor por lo retórico
agita el cascabel del valle
- en cambio las cabezas huecas se caen a jirones
bajo las lunas proyectadas por la tradición de las sombras -
todavía hay cabras
que pasean en los arroyos
filántropas de buena leche
lejos de la sequía y de la apatía
en la punta de mi lengua y de mis dedos

VOLADA

Vacié las noches,
las nubes que llueven sobre mojado,
los verbos irregulares,
las oraciones para estar en gracia,
el dietario, las gangas,
los coscorrones imaginarios;
me puse en movimiento
por el aire.

Subo al encenderse día,
sobre las bardas amarillentas,
las sendas improvisadas,
las luces traspapeladas,
las lagartijas que entregan el alma
los silencios exhaustos,
desde lo alto de mí.

En ese instante soy un océano
de naufragados adjetivos,
extensos ríos de fe,
ráfagas, brotes,
puertos imaginarios
e imprevistas mareas;
ando sin sombra
por el aire

Me hallo tenaz en la nostalgia,
con la verdad presente;
con mis alas lunares
ora temblor, ora inercia,
discreción o impertinencia;

me reconstruyo,
por el aire.

1 comentario:

  1. Me encanta cómo escribes.En los primeros textos breves hay una ironía que habla de tu inteligencia creativa.
    Y en el poema:VOLADA

    Vacié las noches,
    las nubes que llueven sobre mojado,
    los verbos irregulares,
    las oraciones para estar en gracia,
    el dietario, las gangas,
    los coscorrones imaginarios;
    me puse en movimiento
    por el aire.
    ¡Wauuuu!¡Qué bueno!

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