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ELIZABETH QUEZADA-JIMÉNEZ (Santiago de los Caballeros-República Dominicana)

-SAUDADE-

Extraño tu mirada incontinente que desnuda la belleza a tu paso turbulento por mi vida para evocarla abstracta en tus lienzos de poeta. Llevo esa nostalgia colgada de mi pelo; ese que tanto te gustaba tocar, y enredar mis rizos mojados de vino y sexo.

Extraño las rosas; su olor. Las notas coloreadas de impresionismo. Las declaraciones confesas de tus sentimientos; las mariposas en mi estómago cuando te acercabas. El adagio de Albinoni que me hizo llorar-reír de plenitud: ese fondo musical que enmarcó nuestra primera vez. La guitarra del Compai Segundo que nos hizo bailar de lo cubano y aferrarnos a nuestra piel.

Extraño estar allí; en la capital vertical del mundo. Con sus edificios erectos, imponiéndose a nuestra marcha. Aquel toro negro hablando de su bravura y miedo cuando fueron derribadas las dos torres hermanas sin salir de su estatua, -de la libertad- cada día comprometida a los gobernantes y sus decisiones nefastas. El terrorismo sumando causas a la destrucción de hombre… y por el hombre y la mujer caer una y mil veces enfrentados en la guerra.

Extraño tu fuego arder en mi boca y como fogatas de medianoche de luna nueva alumbrar mi vecindario en el Bronx. Allí, en ese justo lugar donde se mezcla la variedad con la vacuidad; la indiferencia y lo automático. Donde hacer el amor es satisfacer una necesidad física; donde hablar sobre sentimientos está pasado de moda. Donde cualquiera sabe de arte y las exposiciones son tumultuosas. Donde todos leen algo en el tren; para no sentir el peso del tiempo golpear los sueños varados en el pago de la renta; los artículos de consumo diario y las ofertas imposibles de obviar.

Contigo volví a reír, a escribir, a pintar, a ser feliz. Contigo volví a creer en mí… a creer en el amor. Sin ti, no queda nada del amor, no hay futuros en esa materia gastada de pieles que yacen apostadas en las calles -piernas largas- del bajo Manhattan: en el Village, el barrio latino y la tercera avenida… en aquel bar donde bailamos salsas hasta tatuarnos el uno en el otro; donde comíamos y nos emborrachábamos de amor, del vino y de miradas eternas… sé que me amaste como yo a ti y sé que te pesa nuestra cita tarde en esta vida como a mí.

Extraño tanto de ti; que estoy segura nunca volveré amar así. Eras tan perfecto; tan humano, tan divino… dicotomía entre el hombre serio y el hombre bohemio; eras responsable y callejero…ataviado y vanguardista; romántico y ultramoderno… eras ying y yang…lo blanco y lo negro… el alfa y la omega.

Extraño tu paz cuando te concentras a leer un tema para tu obra… tu profundidad creativa; tu fuerza, tu color, tu vida. Cuando pones a volar las figuras desfiguradas en tu pincel y arropas con colores del caribe la tela… y me amas y me endiosas y me haces tuya desdibujando mi esencia a tu antojo… me cambiaste la vida y te convertiste en musa.
Expiraste y tu aliento se posó en mí para seguir bordando con palabras y color tu arte. Seguimos con nuestras mentiras de vida…cada cual representando su mejor acto.

Te cuento que, después de envenenarme de comida; de tapar cada voluptuosidad que tenía; de engrosar mi rostro, que tanto te gustaba, de ceder a la monotonía: un día rompí en mil pedazos mi estabilidad y quedé tambaleante como un bailarín en un trapecio endeble, lista para visitar el abismo. El abismo de la soledad, de la divorciada –de la que tiene una pancarta en la frente que dice –solitatem- sola –que todos confunden con licenciosa- mientras sólo soy la que no soporta un hogar de apariencias; de desayunos y días mudos. De funerales de risas, de camas bien tendidas; de locuras discretas. Me cansé, me tiré al vacío… a recuperar mi vida.
Copyright ©2011 Elizabeth Quezada All Rights reserved.

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