Gracias por leernos

Visit http://www.ipligence.com

Seguidores

ALICIA BORGOGNO (Cañada de Gómez-Santa Fe-Argentina)

CULPA ABSURDA

Cuando la culpa es de todos,
la culpa no es de nadie.
Concepción Arenal

Ya pasaron tres años.

Fue horrible, esa noche de tanta lluvia tenían que regresar…el cumpleaños había sido el día anterior y a la mañana siguiente debían volver a sus ocupaciones. Pero la lluvia era tan intensa que Pedrito Montalvo no pudo dominar el coche y el vuelco fue inevitable. Viajaba con dos amigos, compañeros de la secundaria… Sergio, que falleció en el acto, y Raúl, que después de varias operaciones volvió a andar con una pequeñísima secuela en su pierna derecha, que al caminar apenas se le nota.

Era un lindo chico Pedro, alegre, simpático, conocido por todos. Vivía con sus padres y su hermana Soledad a la entrada del pueblo, donde la curva muestra de golpe la calle ancha, arbolada, que lleva al centro.

Su primo Ignacio lo había invitado a festejar sus treinta años, cuando él tenía apenas veintitrés…nunca hubiera ido sin Sergio y Raúl, ya que ellos también eran amigos de su primo . Además eran muchos kms. para hacerlos solo.

Después del accidente, Coco, como lo llaman algunos, necesitó sólo unos meses para recuperarse de los golpes y los múltiples cortes en sus brazos y sus piernas, pero fue cayendo de a poco en una profunda depresión.
No dejaba de pensar que Sergio había muerto por su culpa.

Mientras tanto, Soledad y Raúl se hicieron muy amigos, muy compinches
por las frecuentes visitas de éste a su hermano, se pusieron de novios y finalmente al año se casaron, sin lograr que Pedro aceptara salir de padrino.
Su padre había resignado su lugar para ver si se animaba un poco, pero no pudieron convencerlo.

En aquel cumpleaños la habían pasado tan bien, que Ignacio les había prometido ir en algún momento a pasar un fin de semana con ellos, y de paso visitaría a sus tíos y a su prima después de mucho tiempo.

Nacho llamó varias veces interesándose por la salud de su primo, y así, de a poco fue sabiendo de su angustia, de su sufrimiento, de su falta de ganas de vivir. Lo peor era que él también se sentía culpable, por haberlo invitado a su fiesta. Aunque sus tíos trataron de hacerle entender que el destino, que la mala suerte, que Dios así lo quiso, siguió pensando de la misma manera.

A pesar de los cuidados de toda su familia, el aspecto de Coco iba desmejorando Su delgadez era notable, sus respuestas siempre negativas. Ya no quería recibir a los amigos, cada vez salía menos de su cuarto, ni siquiera permitía que abrieran la ventana para sentir el sol entibiándole la cara, y hasta cerraba la puerta de su habitación para apartarse más.
- Toc-toc-toc- Pedri… mamá te preparó un rico jugo de naranjas y mandarinas… sé que te va a gustar.
- No insistas Sole, tampoco tengo ganas de hablar.

- Y ¿si nos sentamos un rato en el patio, entre el aroma de las glicinas y la sombra del parral?
Acurrucado al borde de la cama, se inclinó apretando su cabeza con las dos manos mientras un sollozo entrecortado sonó, a los oídos de su hermana, como un apagado lamento.

Un sábado a la tarde tocaron timbre en la casa de los Montalvo.
Raúl, que estaba allí, abrió la puerta y se sorprendió con la llegada de Ignacio, a quién no veía desde hacía tres años.
Un abrazo apretado, callado, fue el largo saludo entre ellos.
También a sus tíos y a su prima Soledad los abrazó después de tanto tiempo
con una emoción que le cerraba la garganta.
Ignacio tomó fuerza, respiró, respiró profundo antes de entrar a la habitación donde estaba Pedro, casi en sombras, con su dolor, su bronca y su impotencia.
- ¡Hola Pedri! Soy yo…Ignacio. ¡Por fin vine a verte!
Reaccionó gritando…
- Pero yo no puedo hacerlo, ¡yo no puedo verte! Aquí estoy con sólo veintiséis años y ciego… completamente ciego.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Con la tecnología de Blogger.

Registro