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CELINA GARRIDO (Cafayate-Salta-Argentina)

SIN ESQUEMA.

Así, como un papel en blanco, sin casillas negras, sin la consigna de encontrar respuestas. Sentado, sí, sobre una piedra, a orillas del río Tafí, está Jaime.
La sombra del puente le tapa un poco la cara, y un rayo de sol intenta iluminar sus ojos que están bien abiertos.
Nadie ha visto su sonrisa desdentada, dibujada en la arena.
El agua murmura no sé qué cosas, y las lleva río abajo hasta el cementerio, donde descansa en un remanso, esperando palabras nuevas.
Mas, él, está quieto. Mira hacia arriba, hacia lo alto del cerro. En su única mano sostiene una caja de vino, la última, la que acabó con su infierno.

LA TEJEDORA.

Con el repasador deshilachado en mis manos, me quedé tildada en ese sueño de esta mañana.
Nunca recuerdo lo que soñé, sólo a veces tengo la impresión de haber soñado.
Estaba sentada en mi cocina, con sus paredes viejas, descascaradas, un manchón de humedad en el techo. Y el revoque un poco caído en ése rincón de la ventana. Así, exactamente como lo veo ahora.
Mis manos rápidas tejían, mis lentes se resbalaban por mi nariz un tanto afilada.
Mi cuello me avisaba que tenía demasiada tensión, y que necesitaba descanso. Mas, Yo no hacía caso, tejía y tejía, no sé qué, trato de recordar y no puedo. Sí sé que era algo grande con colores que se ondulaban.
Recorría en mi mente, una hilada para arriba, y pensaba, mi hijo el mayor, Joaquín, tanta distancia, los paralelos, los meridianos y los mapas me llevaban bien al Norte, donde no hay habla hispana. Un suspiro largo…se enganchaba entre la lana.
Luego un poco más cerca, el del medio, Tomás, ese pícaro, vagoneta, que no vive conmigo pero es el único que viene siempre con un beso y con cinco pesos para ayudar con el puchero. Este, me sacó una sonrisa.
Seguí tejiendo rombos, ochos y punto Santa Clara. Y… el más chico…me retumba en la mente, el eco contesta…no encontré palabras. Se me mezclaron los colores, se cayó la aguja y miré entre mis manos, se habían extraviado los puntos, las sonrisas, sólo me quedaron las lágrimas…
Despierto, de pronto, sobresaltada, mis latidos podían escucharse, tantas noches amargas… y miro al costado de la otra cama. Respiro aliviada, volvió, allí descansan: su peluca, sus botas y una cartera blanca.

*EL ÁRBOL DE TU CASA.

Eres cobarde. Sí, lo sabes. Tienes el celular en la mano. Tu mente zumba en un montón de palabras. Todas ellas empujando por salir de tu boca disparadas. Mas, las muerdes, las trituras hasta desarmarlas.
Tu mano se tensa aferrando el aparato, como estrangulando el mensaje de la pantalla.
Miras al cielo, buscando señales. Por tu mejilla se desliza suicida una lágrima. La sal arde sobre tu piel, lleva el ácido de mudas palabras, y te corroe por dentro, te horada el alma. Prisionero de lo que callas, evasor de miradas y respuestas; te refugias en tu claustro donde tienes un Dios por carcelero, un ayuno de amor milenario, y una migaja de perdón de los que te aguardan.
Estás en el patio de tu vieja casa, a la sombra de un centenario tarco, elevas tu mirada hacia la rama alta, una orquídea exhibe un ramilletes de florcitas amarillas, tu mente también se eleva al cielo celeste de una mirada, y allí se suspende entre las hojas.
Un rayo de sol te capta. La rama, las hojas, la orquídea, una luz gira vertiginosa. Ahora, se columpia tu cuerpo sujeto a la soga que ató tus miedos a la rama.
*(Iº Premio Bodas de Oro, Salac Nacional, 2009. Sgo del Estero. Argentina)

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