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DIANA POBLET (CABA-Buenos Aires-Argentina)

EL CUALQUIERA

El auto frenó a centímetros de los animales y su conductor asomado por la ventanilla gritó:
_ ¡ Eh, chiquillo! saca esas bestias de la carretera, ¿por dónde se supone que pasemos?
_ Ya, ya don, ahorita se los saco.
De inmediato colocó una vara delante de la yunta de bueyes y las tremendas bestias caminaron tras él despejando la ruta.
Un paisano de poncho lo observaba con inocultable orgullo.
_ Mira que te has venido todo un gaucho Juvencio y yo que me creí que nos saldrías dotor o abogao o algo de eso.
_ Qué tanto título Viejo, sólo los animales son para los pobres, ¿adónde ha visto un doctor con bueyes?
El viejo de poncho dio tres cabezazos y en su rostro zanjeado de cicatrices se evidenciaba intemperie, viento y resolana, como para sí mismo asintió callando con una resignación de siglos, ya muy aprendida.
(Porque el Juvencio estudiara pá doctor, él hubiese vendido el arado, los bueyes y hasta la lechera vieja.
Pero el Juvencio dijo no, y cuando el Juvencio dice no, todo es inútil. Era no, nomás
Una lástima el crío, que sí era inteligente a decir de la maestra y hasta se terminó las dos escuelas, la básica y la otra. ¡Y cómo lo querían!…es bueno el chiquillo, ya lo decía la difunta: ” es un vaso e´ leche de sano”.
¿Y trabajador?, como naides. Si no lo paraba uno, se araba toda la tierra a pata pelada en dos días...
Cuando la difunta quedó en estado, queríamos hombrecito, pa que ayude en el campo y así vino nomás, desde siempre sin problemas el gaucho, la María me lo parió al lao e´la lechera y yo mesmo le corté la tripa y le hice el nudo. La María era valiente también y sana como el crío…Lástima la nevazón del ´98, no me aguantó la pobrecita, se acabó la leña y pasamos un mes aislados a pura frazada nomás, nos calentábamos entre nosotros, apretados con los perros pa´ darnos más calor. Vino malo ése año, se nos murió el ternero y las dos batarazas que eran tan ponedoras: cuatro huevitos todos los días…las seis ovejas se nos congelaron de pie, parecían estatuas de plaza las pobres, yo digo que habrán sufrido hasta que se les heló la sangre…Mi María sí, que no sufrió nadita, se durmió a la noche y a la mañana, tremendos los ojos, y yo le dije: “¿qué me mirás Vieja?”, y como al rato me di cuenta que se me había difunteado y ahí sí, lloré tanto que se me mojó hasta el poncho, pucha qué es un dolor tan embromado el morirse. Dejé de llorar por el Juvencio, él no es llorador, se la aguanta. Es aguantador mi gaucho y pa´nada pretencioso, ¿pa´comer?, toda la vida tortilla al rescoldo, si había, con chicharrones sino con mote nomás. Eso sí, leche pal Juvencio, siempre, todavía es bien ternero).
_ Juvencio, yo llevo los bueyes pa´la casa, anda al almacén por los fósforos, esta noche anda prometiendo frío.
_ Ya, pero no me prenda el fuego mi Viejo, yo vuelvo y se lo prendo bien rápido.
_ Juvencio…
_¿Ya?…
_ Nada, nada, puras tonteras de viejo, vaya nomás m’ijo...
Llegó corriendo hasta el caserío y entró apresurado al almacén de ramos generales.
Sintió el perfume fresco de los duraznos mezclado con el de alimento para gallinas, recordó que a veces doña Rosaura solía convidarle dulces cuando niño y lamentó que ahora ya estaba demasiado grande para convites.
_ Buenas, Doña, déme unos fósforos.
_Doscientos pesos Juvencio… Hoy estamos de fiesta por acá, chiquillas bien lindas, hasta se ha llegado gente citadina, ¿se vendrán a los festejos?…
_ No Doña, mi Viejo ya no sale de la casa… Anda bien mal de su lumbago.
_Pero ya puedes venirte solito…
_No, no estoy tranquilo cuando se queda solo, se pone a pensar tonterías de viejo.
_Y bueno, por si cambias de opinión…hay unas niñas muy bonitas postulando para el reinado, ¿te gustan las mujeres?…
_ Por supuesto Doña, de todas maneras.
Rosaura sonrió cómplice, a pesar de ser una bolsa de huesos, Juvencio ya era un lindo muchacho. Abochornado de sentirse observado el joven tomó la caja de fósforos saliendo deprisa.
Los paisanos dicen que a esta hora de la tarde se le llama “la oración”, porque es cuando las viejas rezan el rosario, y la claridad está entre dos luces pero anocheciendo sin remedio.
Al salir del almacén Juvencio casi tropezó con ellos. Eran afuerinos, tal vez de la ciudad, pensó.Uno de ellos le tironeó del poncho.
_Hey, ¿tienes una luca?…
_No.
_¿Y media?…
_No, nada...
_ Ah, entonces… ¿Querís cobrar? …
Sin responder, intentó zafarse y proseguir su camino.
Eran dos, el más alto, lo levantó en vilo por el poncho y lo arrojó al piso mientras el otro, con los ojos desorbitados de alucinógenos, comenzó a darle puntapiés en la cara como un autómata. La vereda polvorienta comenzó a absorber la sangre formándose un pequeño charco. Juvencio, hecho un ovillo, resguardaba la cabeza con sus brazos, manteniendo posición fetal mientras gritaba pidiendo ayuda. Pensó que estaban todos sordos, sólo el perro de Doña Rosaura gruñía incansable tras la cerca. El más alto, estimulado por la violencia de su acompañante, cruzó la calle de tierra acarreando forzadamente un bloque olvidado por el vecino Romualdo, cuando abortó la idea de ampliar su casa. Con la ayuda del de ojos desorbitados izaron el bloque entre ambos, estrellándolo contra la cabeza de Juvencio que quedó sepultada por el pesado adoquín, tornando roja la periferia.
La doña del almacén de ramos generales se asomó fastidiada por los ladridos.
Vislumbró dos sombras junto a un bulto, pero en la oscuridad, creyó que pateaban a un perro. Antes de entrar gritó:
_ ¡Cállate Guardián!, ¡no eres bueno para nada!, ¡cállate !… animal inservible.

El viejo comenzó a encender la cocina a leña haciendo pequeños bollos de papel para aprovechar mejor los últimos fósforos.
Sonrió pensando que cuando llegara el Juvencio se enojaría…
(Raro que tardara tanto, alguna chiquilla debía ser…sólo una mujer podía demorarlo así a uno… si diosito ayudaba, algún día este rancho volvería a llenarse de críos oliendo a leche recién ordeñada, pucha, lástima que ya no esté la María pa´verlo…)

El titular del diario anunció en enormes letras rojas, que en un ajuste de cuentas entre pandilleros había muerto Juvencio Torres de 18 años, desocupado y sin profesión conocida.

EL DE PIGÜÉ

Él es de aquellas sierras azules, lugar adonde al crepúsculo atrapaba y enfrascaba luciérnagas.
Él donó aquella frase a mi escritura de tanto relatárselo a los chicos con sus ojos sobrevolando las estrellas, recuperando los expedientes extraviados de su infancia que aún insisten, insatisfechos en los detalles sobre los meses propicios para el evento de llenar el frasco de luciérnagas, tal vez fuese verano, antes de la cosecha de trigo, cuando atardecía casi a la hora de cenar y el campo olía a tierra húmeda.
Entonces salía con su frasco de vidrio vacío y regresaba con un frasco de luces. En la mirada sólo le acampaba el asombro y la belleza.
Tal vez fuera diciembre o enero; uno a los diez no repara en las fechas cuando se corre deprisa para atrapar un milagro antes de irse a dormir; y regresar con el milagro encendiendo y apagándose como las luces de un árbol de Navidad irrepetible.

“Tengo un frasco de luciérnagas para iluminar la noche que llevo encima”

LA PREVIA

Dicen que te fuiste.
Recuerdos brumosos rescatan tus calles que también eran las mías.
Cuando la vida se nos escurría con un vértigo de golondrina y éramos tan inexpertos como somos a los quince. Con esa prisa huérfana de motivos y masticables promesas que jamás cumplimos rebalsándonos la boca.
Siempre es extraño decir adiós.
Se arrojan los besos desenfundándose los silencios.
En esos pueblos, todos los días ocurren iguales pero un día amanece diferente y nos olvidamos a nosotros mismos guardados en un cajón del escritorio. Ahí estaremos quietos, plegados, siendo un secreto a gritos.
Y no será bronca ni desamor.
Como testimonio, conservaremos sobres con nuestros nombres, sin atrevernos a releer las cartas. Aparentando pericia con el entrenamiento del olvido mientras tragamos cucharadas de clavos.
Sabré no sé cómo, que te fuiste lejos.
Sabrás no sé cómo, que me fui más lejos aún.
Sabré no sé cómo de tu vida y sabrás no sé cómo de la mía.
Pero aquel fulgor de estrella que tuvieron mis ojos, se habrá perdido para siempre, río abajo, arrastrando tus esperas en la esquina cuando la sangre era un galope desbocado.
Sin una palabra. Nos abandonamos con fugacidad de cometa. En un verano que parecía inofensivo y nos partió, cruzándonos aquella sonrisa de tajo. Para que hoy, pase casi inadvertida, la profundidad de la huella.

PROSAICO

Justamente ahora que adoquín no rima con nada y no queda ni una sola magnolia en el parque, un destello adverso revitaliza al Bar Británico.
No tengo nada contra el bar excepto que el desayuno cuesta casi dos dólares, el jugo de naranja es mínimo y los baños sucios. No he pasado ahí ningún mal momento. Es cierto que una vez esperé, pero no tanto como relató Sábato; ni siquiera lloré por amor sobre una de sus mesas, como escribió Borges.Tal vez sólo su nombre sea lo que molesta. O el haberme sentado aquel día al lado de la puerta, cuando ya estaba fresco para ventolinas callejeras.
Acaso llegué temprano porque creí que ahí se respetaría la puntualidad inglesa y no preví que llegar temprano también tenía sus riesgos. Quedé observando el entorno, mis ojos contemplaron lo vetusto del local sin poder establecer el menor sentido de pertenencia, sintiéndome tan ajena como un coral.
El café era malo, lechoso, me recordó a los padecidos desayunos de mi abuela. Las medialunas eran tan pequeñas como el jugo de naranja y los parroquianos eran desconocidos.
Extrañé otros bares adonde cualquier excusa, se transformaba en verso para invadir mi agenda carente de nombres.
Confieso que no pude escribir un solo poema en el Bar Británico.
Me distrajeron los adoquines, los políglotas, la gente sin prisa que sólo subrayaba tu llegar siempre a las corridas.
Aún así quedó este registro desleído.
Esta huella de casi nada espiando desde mi escote. Imagino que ya no sirve, ni para borronear con lápiz un poema, evitando que tiempo y lluvia arruguen palabras en la pared de un bar que no construyó risa ni lágrima.
Sólo fue una hora incierta en aquel sábado, una parada urgente para no capitular, ante la concupiscencia de las magnolias del Parque Lezama.

PEQUEÑECES

Ella a veces me devuelve a la infancia.
Dice que será motociclista, violinista, aviadora.
Dice que tendrá una fábrica de chocolates y una calesita propia para andar hasta
que se aburra sin pagar boleto.
Dice que cuando crezca será así de alta, jugará basket y no irá a la escuela.
Ella es todo proyecto en su cumpleaños número ochenta y siete.
Yo soy todo el silencio.

EL REY DEL DESIERTO

Arribó en avión un sábado 23 de enero, vistió nuestra casa de gala cotidiana, le puso guirnaldas a la alegría y volvimos a tener un nieto en los ojos.
Venía de la región del viento, era un hombrecito del desierto que miraba y miraba sin comprender las arboledas y al verdor espléndido del parque le llamó selva. No cabía tanto verde en sus ojos de chino, todo era nuevo y ajeno. Forastera su mirada de asombros.
Finalmente seríamos nosotros los asombrados mientras lo observábamos esta tarde cuando comenzó a llover.
Abrumaba su seriedad ante el descubrimiento, su conmoción nos recordó aquella vieja canción de Creedence Clearwater Revival “¿Has visto alguna vez la lluvia? ”…
En tres años y cinco meses el hombrecito del desierto jamás había visto llover.
Era su primera vez.
En un alboroto de silencios lo llevamos a la plaza siendo testigos de su júbilo cuando el agua comenzó a chorrearle por el pelo mientras levantaba sus manitos para atraparla. Regresó con la ropa mojada y sin palabras que pudiesen describir aquel instante.
Quedó escaso su vocabulario y decidí escribirlo para que no se lo borre la ausencia.
El hombrecito del desierto más árido del planeta vivió la lluvia desde la Plaza Congreso y ahora la llevará a Atacama adentro de sus ojos.
Regará sus propios bosques imaginarios, creará sus propias selvas y el desierto ya no será tan desierto porque él aprendió la lluvia y ella le habló al oído, le contó de las semillas, de los pájaros, de las albahacas y le arrulló el sueño con un sonido acompasado y nostálgico, casi un tango de Piazzolla.

LO IMPOSIBLE

El incendio se instaló en mi pecho
lo temido
llegó hoy con brazos trémulos
la última pulseada se queda aquí
circunscrita a esta aldea
a nuestro defendido espacio del no pasarán
lloro por las manos

algunos quedarán sin regreso
ardiendo entre antropoides
sumarán ausencias sin reemplazo
luciérnagas descuartizadas
eructan los volcanes
se atomizaron los maleficios
lo sospechas
lo sabemos
transporto certeza de haber perdido por knock-out
mi batalla final
la decisiva
la que se cabalga con traje mallado
la que pudo mudarte
y cambiar mundos.

Llevo sangre en los ojos
y me lloran las manos.

EL SITIO DE LAS COSAS

Un cajón para las cartas otro para herramientas
otro para hilos otro para chocolates
qué orden estático preserva lo insignificante
cuando creo haber olvidado adónde te guardé
en cuál porta traje enfundé mis dolores
en cuál envase plástico coloqué lo aprendido.
Recorro armarios con el alma en vilo
no existen certezas sobre tu ubicación geográfica
no sé si encontrarte en mi sur o en mi norte
sólo tengo un incendio de bosques
en el centro noreste del pecho.

VOLUNTARIO

La noche expande pólvora
sumergiendo el futuro en los aljibes
no hay escudo posible en esta noche sin luceros
las balas multiplican fuegos artificiales
los árboles aún de pie entornan sus ojos verdes
hay niños huyendo sobre los puentes
y puentes muriendo sobre los niños
enormes mariposas crepusculares pliegan sus alas
pequeños descalzos se abrazan a la nada
algunos chorrean pis y otros sangre
no existen idiomas ni palabras
no alcanzaría todo el silencio del mundo
si aún queda alguien detonando el arcabuz.

ZONA SUR

Esa laguna rosada de flamencos
en medio del camino polvoriento
ese perfume a jarilla
en un atardecer de incendio solar
que explota en los ojos
si pretende abarcar tanto horizonte
con humo de pobreza
leña choza rancho y cabras
incrustándose el sur hasta las venas
y parir sureños
cachetes colorados
pelos duros
labios resecos
y en los ojos
todo lo que entre
los flamencos
los alambrados
la desmesura Patagónica
el sol ensombreciendo espaldas
montaña y nieve con su séquito de escarchas.

Porque me arde el Sur
en su silencio
duelen
las deshilachadas banderas de los ranchos
duelen
los sueños descuartizados en celeste y blanco
y esa obstinación por hacer patria
adonde Dios ya no atiende.

LA DAMA

Umbría
asexuada
disfrazada de negro
desprovista de sensualidad
llegas a tiempo según tus horarios
que jamás serán los nuestros.
Si un día vienes por mí
te pintaré de azules
desvalijándote de morbo y oscuridad
te soltaré el pelo bajo capelina de girasoles
que todos sepan cómo tratar a una dama
te escribiré un poema sin sones tétricos
espectro de tierra que reciclas vida.

Incomprendida en lo inevitable de tu vuelo rasante
madrugadora de estrellas quietas
transformas sueños posibles en ojos vitrificados
cabalgas tiempos con taquicardia de escarchas
prestidigitadora imprevista
que tardas en llegar
apenas
escasas décimas de Nada.

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