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ERNESTO F. COSTA PERAZZO (CABA-Buenos Aires-Argentina)

OLVIDÉ EL POEMA

Cuando le contaba a los árboles
de este amor sólo mío.
solitario, ignorado.
Cuando le contaba a los altos árboles,
apenas mecidos en el día diáfano,
casi otoñal, sobre este amor siempre callado,
olvidé el poema.
Alguien gritó a mis oídos,
se detuvo una marcha,
miré el reloj.
Les contaba sobre este amor
resignado en el tiempo,
sigiloso por el sol arrebatando el cuarto,
el teléfono cruel también , que daba
ese sonido puntual sobre el final de la tarde;
una música rápida que humilla el corazón y lo anestesia
con tiernas voces para otros,
con dulces adioses ante el oído simulando no oír,
no escuchar;
perdiendo la mirada para disfrazar el amor.
Le contaba a los árboles
cuando avanzó el viento sobre mis islas
y perdí el dolor,
y abracé el silencio
para escribir el poema
que otra vez olvidé.

A T.T.

NADA MURIÓ

Las extrañas formas del amor tienen hoy
un cuadro para ti que pronto desvanecerá;
eso me enseñas desde el principio asombrado de tus ojos
atentos a palabras que escuchas resonando siempre
en otros ámbitos, con el temor impreciso
que tus pupilas revelan en las dulces despedidas.
Yo adivino quién fuiste en un diferente ambular,
entre las perdidas tardes que hoy acrecienta la luz del otoño.
Cuando muera sabrás recordarme sólo por mi amor,.
esta obstinada manera de esperar que los días no crezcan
sin el asombro de tus mensajes,
sin los raros espejos que eliges para terminar con el día,
para extender la febril esperanza de que nada murió.

COMO HE SABIDO QUE TE AMO

De dónde has venido entre tantos nombres
anunciados
cuando el mundo fue otro y los días preparaban
esta larga historia de ríos azules
contra el cielo de una ciudad despojada de pájaros,
inmersa en neones que trazaban
el solitario destino de aguardarte.
Yo sentí que te acercabas, sin furias, en el tiempo necesario
para la espera y el olvido;
resistí todos los fantasmas desde que supe que vendrías,
el hechizo de tantas mañanas,
de un corazón sin anclaje entre opacos cielos
y la soledad de grito desgarrado en la tarde
tan cercana a tus pasos que tardaban en llegar.
Acaso inventé ese anuncio en los tiempos de otro tiempo,
música mentida, embrujo de distintas estaciones
en ese verano que esperamos, tardío, incierto,
en los oscuros mares de la gran ciudad.
Pero dime que llegaste, que desde las orillas tembló tu espera,
que cediste al encanto de haber venido a este mundo encandilado,
quebrado de aplausos y de gritos, de alegría de ser,
de mandatos sabios y tan inútiles que nos enseñan
día a día a esperar, siempre esperar,
como te he ansiado; como he sabido que te amo.

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