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SALVADOR PLIEGO (México DF-México)

CREPITACIONES DE LA POESÍA

VIII
ALAS DE LOS VERSOS

Subo sin límites, sin alas,
donde los bordes se doblegan,
donde las cimas empequeñecen
sus picos y vertientes,
más allá de la altura imprevisible
o los linderos que fabrican
con sus cercas las rutas ascendentes
hacia la absoluta libertad del tiempo,
hacia la sola salvedad de saberse uno mismo.

¡Oh cálamos del verso columpiándose
en las constelaciones multitudinarias,
o en los arcos puros de los navegantes seres
que el espacio desprendiera de sus inmortales soles!
¡Oh letras de los astros que destellan
para ofrendar la luz al vuelo
y a la semilla regalarle el éxtasis
de ver el fruto columpiándose en sus ramas!

Sigmas de las columnas
que con sus grafos heredaron
la sideral memoria
para perdurar entre mayúsculas
en los ancestrales alfabetos:
voy hacia las gredas
donde el viaje llama al aroma
o al aserrín desde su propia cueva,
donde el Coatzacoalcos florece
sus extensos brazos
para regalar piedras de quetzales y tapires.
Sobre el corazón que vuela
(ancha letra desprendida),
mi cabellera se hace lacia de veredas y andadores,
y se posa en las candelas de las coplas y sentinas.

Bordes de la mira
apuntalando al todo y a los claros,
como si el amarillo fuera su corazón
y su seducción volcánica,
o la misma oscuridad de la tierra
en la palpitación de sus veneros;
como si sus manos, colgadas de los cipreses y abismos
o de los pétalos nacidos de la divinidad
de los colores en sus marmóreos capullos agostados,
crecieran desde lo más hondo de la vida.
Díganme: ¿qué pájaro fui?,
¿qué parte del arbusto y de la greda?,
¿qué mímica de los sonidos?
¿qué número entre las sumas
que contaron la fragancia y la pureza?
¿qué hombre entre los hombres
y qué individuo fui entre ustedes?

No soy yo el poeta de las aves,
ni de los arrullos,
ni de las partículas de luna alumbrada,
ni de la flor que al pétalo le hablara
cuando en la superficie de los sueños ya volaba,
o navegaba en tantos mares,
o sobre la magnitud de piedras colosales.
Pero vengo a hacerme parte,
apuntando y anotando,
escribiendo los preclaros
en un telar de cien palabras,
de mil noches con su espuma abrazada,
de mil calandrias palpitadas,
de mil niños balbuceando.

Déjenme mostrarles:
éste es el corazón,
y voy sintiendo… y va volando...
hacia el mar, ¡lo sé!...
hacia la costa descubierta,
hacia la vida… escalando,
hacia la hechura de lo humano.
Voy a escribir el acero y el cobre ardiente
a que temple la herida de mi mano,
a apuntalar mi aorta con la viga
de un socavón que vio su joya
brotando de aquel barro,
de un ónix nuevo que, aún negro,
escúchole palpitando.

Éste es el corazón…
Hacia el mar, ¡lo sé!...
como un poeta de agua y sal,
como un bergantín que azul se va,
como una aurora que en la cresta sale a pescar,
como un jazmín de anzuelo para versar.

¡Hacia el mar… hacia el mar!
¡Éste es el corazón!…
¡Lo sé!

XIII
METONIMIA

Tengo un ángel.
Pero es singular:
ni alas, ni bata blanca tiene.
Es más, se derrite ante la altura.
Su inverosímil porte lleva sedas
que su cintura le sostienen.
Dos guisantes son sus brazos
y su estatura es igual
al más o menos algo así.
También me dice que tiene un ángel: yo.
Compartimos las mismas señas
y el mismo torso abrumado.
¿Pecas? –me pregunta-.
Seguido –le respondo-.
Y una pícara sonrisa escapa
de su universo almendrado.
¿Y te gusta?...
Mucho –le contesto-.
Entonces acomoda su almohada
y se acurruca a mi lado.

XV
RELÁMPAGO DE LUCES

Vendrás, como siempre,
cabalgando en el estertor del sol,
en su último rayo de la tarde.
Me dirás que escurriste, en agua,
la asfixia de Medusa
o los tentáculos de Equidna,
mientras barrías la rabia en Hade
por las tres cabezas degolladas.

¡Qué dolor! –gritarás hasta la muerte-.
¡Que bramido ciego de coxis y de sacro!
¡Qué alumbramiento de Tifón
con la pólvora de las Gorgonas!

Y tus muslos socavarán la tierra
al relámpago de un grito.
Tu vientre soplará como Éolo,
dominando el poder del nacimiento,
mientras tus ojos desorbitarán a Hidra
salpicándola en venganza.

¡Qué dolor! –maldecirás al parto en tu vientre-.
¡Qué dolor!...
Y el primer relámpago asonará en el nuevo rostro
hasta mostrar las luces de su cuerpo.

Una vez nacido
lo levantarás en tu pecho,
y con el orgullo adherido a tus pulmones
lo clamarás como a un Dios
que engendraste en el Olimpo.

Y yo te miraré emocionado…
sonriendo… llorando… aplaudiendo…
con el niño entre tus brazos.

XVII
ESAS ALAS

Yo pienso que algún día
iremos todos a los bordes
a hilarnos esas alas
en las cimas de los hombros.
Bajaremos a la tierra
con liras diminutas.
Y en un jardín naciente
se las prestaremos a las aves
para que remonten a los cielos
esos ángeles caídos,
por dormirse en los versos
y bailar en entresueños.

XXI
AQUÍ NACIÓ EL CORAZÓN

¡Éste es el mar!
Aquí nació el corazón entre glosas y arrozales:
sus aguas rojas, sus mieles ávidas de laxitudes,
sus barcas parecidas a bravíos colmenares,
la mancha de sus olas expulsándose hacia el aire.

Venid a su puerta de poniente,
al cañaveral blanco de la vida
en un caudal de sueños aprestados
hacia el viaje de conquistas.

Cormoranes todos:
aquí el cuerpo se derrama en viento y vuelo
a los confines inconclusos de la tierra;
aquí nos hicimos agua y nos bebimos a la noche entera.
La turbia brújula marcó su ruta
y nuestras manos, la dirección correcta.

Alzad sobre los ojos
la vestimenta azulina,
el brebaje del paisaje,
y decidle al corazón:
¡Yo soy su navegante!

1 comentario:

  1. Mi querido amigo Salvador, si que tienes un ángel y tus versos crepitan mas allá de nuestras fronteras.... encontrándose con el corazón de tus lectores...
    bendiciones
    un beso

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