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LUCIANO DOTI (Lomas del Mirador-Buenos Aires-Argentina)

VACÍO

La noche es el territorio de la libertad, una dimensión donde reina el libre albedrío. El silencio, un agujero negro en la oscuridad. Noche silenciosa, sólo el viento sopla en la ventana haciendo vibrar los vidrios de la misma. El viento suele ser un invitado habitual en este horario, o quizás también lo sea durante el día, es sólo que durante la noche es cuando prestamos más atención a estos sonidos. Sonidos que cuando niño nos resultaban aterradores, pero luego en la adolescencia se convirtieron en compañeros indivorciables de nuestras veladas. Compañeros de nuestros sueños despiertos, de nuestra ansiedad y desolación. A mí me resulta imposible imaginarme mi vida sin estos nocturnos desvaríos, sin la literatura que brota de lo profundo de la noche como torrente de agua que viene a regar un desierto.
Vacío, en la noche se siente el vacío, en la calma que se apodera de todo y que se encuentra en todo. El escritor esta al acecho; va desgranando de su mente las letras que darán forma a su nueva creación. La hoja se va colmando de caracteres que germinan cual semillas; entonces, el vacío ya no es tan vacío y el desierto luce un poco menos desierto.
¡Mentira!, es sólo un truco del artista, que ha hecho ver algo donde no hay nada. Se evapora la ilusión por su condición evanescente, y donde parecía haber algo, ahora ha quedado un hueco donde se desarrolla un pensamiento. El caos diurno aguarda, vendrá del Este, mañana volverá la rutina. ¡Prisionero! ¡Atrapado en lo cotidiano! ¿Cuándo escapare de este estadío? Por suerte aún es de noche, y la luna me da libertad.
Al correr la cortina la luz de neón se filtra a través de la persiana americana. Quedan algunas horas antes de que el día le gane a la noche. ¿Y qué es la noche? Es uno sobre la cama escribiendo sobre un cuaderno. Son las horas consumidas sin apuro con la tele como único testigo y el volumen bajito para que no nos delate; para que los otros habitantes de la casa no se enteren que allí hay alguien que no duerme, que hace un culto del insomnio, que disfruta cada segundo de ese territorio, quizás el único que los hombres hemos sabido conquistar para nosotros. Es el horario que escapa al castigo divino de trabajar para ganarse el pan con el sudor de la frente. En la noche la manzana puede ser mordida sin culpas y sin reprimendas. Si no hay culpa no hay reprimenda, ya que esta última es sólo un estado de la mente a raíz de lo que hemos aprendido en la vida. Todo queda almacenado en la mente, aun cuando no pensamos en algo, ese algo forma parte de nuestra estructura mental y no nos abandona; a menos que uno se entregue a la libertad del arte y el sueño.
Hay una lombriz que cuando cae el sol se convierte en serpiente, y un gato que, bajo el influjo de la luna, se vuelve tigre. Son los desvaríos de un mismo ser. Andan por el jardín, parece que durante la noche alcanzan su mayor potencial; sino como se explica semejante transformación, de dos animales tan inofensivos en otros tan salvajes. No deja de llamarme la atención como desafían el peligro sin detenerse, son dignos de admiración. Fuertes, ágiles, tienen la contextura física de los seres que son libres, que no se detienen a pensar en esto o aquello. Sin esos prejuicios éticos y morales que aprendemos durante el día y nos oprimen. Entonces, la noche es un proceso de desaprendizaje, una ceremonia donde se rinde culto a la libertad. Uno es uno mismo sin presiones de ningún tipo, sin distinciones de jerarquías o clases sociales, porque estamos solos con nosotros mismos. Se trata de ser como los animales salvajes, sólo existen, la mente no les pesa, tienen su propio nirvana. Una vez que uno ha desaprendido todo lo que molesta, queda un espacio vacío, que se llena con lo que nosotros queremos. Eso dura lo que dura la noche. Cuando el sol comienza a despuntar, el tigre vuelve a ser gato, y la serpiente, ya como lombriz, se escabulle bajo la tierra en una actitud cobarde, justo en el mismo momento en que el escritor deja de soñar.

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