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CARLOS BARBARITO (Pergamino-Buenos Aires-Argentina)

NO RECUERDA QUIÉN ES. DEL DÍA…

No recuerda quién es. Del día
las horas se apilan
como maderas húmedas
en un depósito oscuro e ignoto.
Del ave perduran sólo el espolón,
una tibia. Del cincel,
el desleído eco, lo fijo e inefable.
No recuerda si ayer
ardió el carbón, si el aire
registró una mínima oscilación,
si la aguja se movió
un poco más allá del cieno,
el artificio. ¿Qué
pudo engendrar la noche de anoche,
papel de seda contra el metal inmutable?
¿Qué pudo traer el alba,
siquiera un reflejo,
un fermento, un perfil a contraluz?
Se esfumaron, de repente,
ante sus ojos, el diseño,
las caras, los lugares vistos
y entrevistos, la huella hacia el número,
el puerto, el giro de la peonza,
la espera por el rayo, el metrónomo.
¿Habrá perdón, hoja de limón
o cerezo al borde de la cama,
en el futuro, improbable despertar?
¿Por qué el despojo,
el clavo en el alma del péndulo,
la súbita elevación
de lo que carece de porvenir, de oficio?

AGOTADA LA PENÚLTIMA INSTANCIA...

Agotada la penúltima instancia
queda una conversación en un café remoto,
sumergido. Un diálogo desilusionado
sobre un tigre arrojado al desierto, la luz
de un fósforo en una amplia habitación
sin ventanas, dos cuerpos
que se niegan y no se desvisten
mientras hasta el blanco se vuelve incierto
y todos los ruidos se convierten
en un único e interminable ruido.
Agotados el temblor de los jacintos,
el ir y venir de las hormigas,
la mudanza de carne a espíritu
según el dominio del aire
o del fuego, resta una charla postrera
e insular entre dos sombras
surgidas de pronto de ninguna música
y belleza, empeño de cazador
tras una presa que se esconde
o, tumbada, se seca, cerca del sol
y lejos de su consuelo.

EN LA HORA ERRÓNEA, PLIEGUE SOBRE PLIEGUE…

En la hora errónea, pliegue sobre pliegue
que el viento no engancha;
en la marca en el lodo, de forma en forma.
Nunca del niño que se enoja,
siempre del azúcar que desde lo alto se derrama.
Allí lo precario, lo huidizo, devenido en aire.
Todo y nada lo retiene, a nada y todo se adhiere.
Piano mecánico que toca para nadie en un baldío.
Para ninguno el sello, el hilo de cobre, la chispa.
¿Y si muere, si ya no borbotea ni entona?
¿Y si nace, detrás de un cristal espeso, extranjero?
¿Y si pretende ser unánime, golfo frío, dársena invertida?
¿Y si procura oxígeno en el total desconcierto?
¿Y si bebe nieve fundida, muerde piedra descarnada?
¿Y si testifica y se equivoca, confunde azul con relámpago,
abismo con mujer, derrumbe con pasaporte,
máscara con avidez, Sócrates con legión de sombras,
crimen con vapor, vapor con edicto, sangre con espíritu?
Ahora, poema, ¿qué se inscribe ahora en tu sustancia?
¿Qué se nutre de ella, por qué cordón o canal?
¿Surgirán hija de tu zurcido, hijo de tu hueco y oscuro?

DE TODO CUANTO HICE, EL TRASLUZ. REFLEJO…

De todo cuanto hice, el trasluz. Reflejo
de soslayo que permite que surja
un remedo de conciencia.
Una chispa en la vastedad oscura.
De todo cuanto pude, la fuga. Líquido
que fluye sin antes fermentar,
allí, sumergido, lo que pudo contener
y no contuvo, lo que pudo abarcar
y no lo hizo. Al pie del olmo más alto,
bajo su sombra, donde ahora me tiendo,
se convierte en hierba el anhelo.
No veo aún la barca. Pero,
en algún lugar, la calafatean y embetunan.
Pienso en las horas vacías
de vacías ambiciones, mientras
en el fondo, y yo sin saberlo, vidas mínimas,
secretas, adquirían alas y ojos,
se preparaban para ganar la tierra
y luego, casi de inmediato, el cielo.

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