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CARINA B. RUGGIERO (Eldorado-Misiones-Argentina)

VIAJE ADENTRO

Un poco mareada, con las compras deformando el canasto, Rosario subió al colectivo.
Descansó las manos apoyando el canasto en el piso y cuando el vehiculo comenzó a andar, respiró aliviada.
Se sentía pastosa debajo del vestido y el sudor resbalaba además, subrayándole el rostro.
A pesar del calor, ese día estaba alegre. Llevaba harina, huevos y leche fresca.
Ramón se confortaría con el postre, aunque hubiese preferido un flan casero.
- Con esta temperatura, la crema se corta, mejor una tarta de manzanas - Pensó a la altura del zoológico, dónde el colectivo hace el primer giro en el trayecto que va desde la feria a su casa.

El hombre con el que se casó, era un hombre noble. Sus hijos, eran verdaderos muñecos de carne y hueso creciendo despiadadamente, al punto de asustarla.
Rosario sentía miedo del día en que se fueran.
¿Qué harían ellos sin los niños? ¿Qué haría ella?
Había construido el mundo alrededor de la familia, dónde todo estaba organizado de la mañana a la noche, cada día de la semana.
La certeza de que en algún momento no precisaran de su fuerza, de sus manos atentas y los cuidados vertidos a expensas de sentirse útil, la atormentaba.
Lo que le había sucedido a Rosario antes de tener su hogar, era un sueño lejano; un recuerdo que raramente traía al presente.
Ella era ahora madre y esposa, nada había más importante que eso para enorgullecerse.
Había calmado la vida, al punto de quedar fuera de sí, ajena a cualquier emoción o sorpresa.
Veía sin mirar las calles brotadas de flores; la gente común, transitando esa ciudad que era suya, únicamente los sábados, cuando todos se iban y la sensación de soledad se tornaba insoportable.
Entonces, desataba el nudo del delantal amarillo, se quitaba los guantes de goma y con un delicado toque de rubor, iba a la feria.
Allí recorría los puestos comparando precios, estudiando la consistencia de las verduras, el color de las frutas, la densidad de las mermeladas.
Para no batallar con el peso de las compras, llenaba el canasto a la mitad y siempre guardaba un resto de dinero, previniendo cualquier contingencia.
- Una nunca sabe- Decía siempre, justificando sus recaudos.

La ropa, adherida al cuerpo por una delgada capa de humedad, resistía los vientos que, salidos de su boca intentaban apaciguar el sudor.
Aquél día cumplía años. Los sopores de la menopausia se mezclaban con el aire venido de afuera; una sola cosa le mantenía el vigor y era la idea del pastel de manzanas servido en la mesa. Sin embargo, le
preocupaba que Ramón no tuviera su flan casero o que sus hijos reclamaran una torta helada.

Cuándo el colectivo hizo su primera pausa Rosario aprovechó para adaptarse cómodamente el la butaca, con el canasto sobre las rodillas, dando lugar a los nuevos pasajeros.
Una mujer mayor, de apariencia sencilla y ojos mansos, se ubicó a su lado sosteniéndose en un bastón de plástico.
-Parece de utilería, pensó espontáneamente, sin notar que el sentimiento nacido de su observación, era de lástima.
Algo especial descubrió en ella, que la obligó a salir del cascarón de su perfecta vida, para depositar la vista en esas manos temblorosas y en todo lo que ese temblor revelaba.

-Voy a visitar a mi hija, murmuró la anciana débilmente, inaugurando la conversación- Está muy ocupada para venir a verme.
Rosario asintió con la cabeza.
- Trabajé duro para criarla. Mi única hija…
Diciendo esto, barrió el sudor de su frente con un pañuelo y siguió:
- El colectivo me deja a diez cuadras de su casa, pero no importa. Así hago ejercicio, a mi edad, hace bien caminar un poco.
Rosario se mantuvo inerte, sin dejar de mirarla y sin agregar comentarios.
La mujer, miró por la ventanilla.

-¡Que calor! dijo al pasar, casi para sus adentros.
- No se aguanta, acotó Rosario, por decir algo, contradiciendo su teoría de que hablar del tiempo es perder tiempo.
- Pronto iré a vivir con ella ¿Sabe? La última vez que me caí, estuve dos días tirada en el piso. Cuando Rosita, la enfermera, vino a tomarme la presión ya no tenía voz, de tanto gritar. Suerte que me escuchó, sino seguiría ahí, sin moverme.

Una náusea amarga le recorrió la garganta. ¿Qué derecho tenía esa mujer de destrozarlo todo y entrar así, como si nada a su mundo perfecto?
En un segundo, la impermeabilidad conquistada se esfumó, y el mundo; el horrible mundo real, se filtró en el suyo para arruinarlo.
La angustia, esa sensación que trataba de aplacar con aquel paseo, le revolvió las entrañas.
Se imaginó a sí misma olvidada, abandonada, vacía. Con las medias en agujeros, el cabello cano, la soledad burlándose de su dignidad, tan bien parada.

De repente, las cosas dieron un vuelco.
Revisó el canasto: harina, leche, huevos….
¿No era acaso su cumpleaños? ¿Por qué corría presurosa a preparar su propio postre? Ramón salió temprano, sin saludarla. Ahora estaría haciendo un picadito con los muchachos. Y sus hijos, esos hombrecitos que tanto amaba, ni siquiera estaban al tanto de que ese día, celebraba un año más junto a ellos.

Aborreció a la anciana. Pensó en levantarse del asiento y dirigirse al fondo, donde nadie la viera. Donde nadie le hablara confiándole sus miserias.
Rosario, no quería escuchar, ni ver, ni oír, nada de nada.

- Mi hija está muy ocupada- Repitió la anciana insistentemente, como un disco rayado. - Muy ocupada.
Rosario no pudo esquivar el reclamo.
En cada fraseo, se revelaba vergüenza.
Vergüenza de aquella hija desalmada, de existir como un trapo en desuso, esperando que alguien se compadezca arrojándolo por fin, a un tacho de basura; esperando que la muerte le calmara la vida.

Rosario divisó la fuente de los delfines en la plaza del barrio.
Una cuadra más y arribaba a la última parada.

Sujetó el canasto entre los dedos, se puso de pié y le tendió una mano a la anciana.
- Vamos mamá. Ya casi llegamos.

ALEGATO

¿Yo ladrón? ¡No, honorables jueces! Permítanme explicarles:
Al abandonar el vientre de mi madre estuve disconforme con el abrupto desalojo y manifesté el primer desconsuelo con un llanto que duró tres días seguidos. Desde entonces sólo existí para expresar sentimientos.
En la infancia conocí a las palabras e incesantemente declamaba poemas a gritos, silenciosas plegarias mentales y canciones que yo mismo componía en estado de melancolía.
Luego descubrí a las letras pero ellas empeoraron la situación.
Se reproducían como mosquitos por todo mi cuerpo.
Se gestaban en el núcleo de mis células y sus embriones crecían sobre el pecho clavándome una y otra vez sus aguijones en el alma.
Muchos años luché por sostener la autonomía respecto de sus caprichos ya que no me dejaban en paz dictándome cuentos, historias y frases como si fuese un médium forzado a escucharlas.
Incluso en las horas de sueño insistían en fastidiarme aglomerándose en la garganta, anudándose en mi estómago y empañando la escasa lucidez que me quedaba. Hasta que desperté una vez a media noche y saturado de aquel desorden encerrado de vocablos decidí liberarlos.
Tomé un lápiz y con ambas manos traspasé sus mensajes sobre servilletas de papel, hojas de calendarios, papelitos de caramelos… y ya no pude dejar de escribir.
De ese modo me convertí en su cómplice.
En un cleptómano desvergonzado incapaz de despreciar los tesoros que traen para mí.
¿Cómo podría rechazar el placer de acariciar con mi pluma la pasión de los enamorados, el aroma que exhalan los jazmines, los matices del otoño y el hambre de los pobres?
Las palabras entrenaron mis sentidos. Conspiraron entre sí para adiestrarme en la apropiación ilegal de sentimientos ajenos, convirtiéndome en un sobresaliente usurpador de sensaciones.
He recogido impresiones del mundo entero sin moverme de casa y no niego culpabilidad en el delito de gozar de los misterios del viento, las rocas y los ríos.
Asumo la expropiación del esfuerzo del labriego, de la inocencia de los niños y del cansancio dichoso de los amantes.
Reconozco haberme convertido en una sanguijuela insaciable. En un mosquito que succiona impunemente la esencia de las cosas hasta adueñarse de su alma.
Pero no puedo evitarlo… simplemente la magia fluye y mis dedos danzan sobre el papel al compás de las letras.
¿Yo ladrón? ¡No, honorables jueces! Sencillamente escritor.

DE TATARABUELAS Y TATARANIETAS

Dos mujeres se cruzaron en el camino.
-¿Adónde vas? Preguntó la más vieja.
-Voy, de dónde tú vienes- Contestó la otra, cientos de años más joven.
-¿Traes tu lechuza?
-Sobre mis trenzas… ¿La ves?
-La veo…Es muy importante llevar la lechuza, para encontrar lo que se esconde.
-Eso es muy importante.
-Sí. Muy importante- Repitió la anciana.
-Buen viaje
-Buen viaje
-¡Abuela!
-¿Si?
-¿Me dirá la lechuza en que luna romperán sus huevos los lagartos?
-Eso lo dirá tu vientre
-¿Y me indicará la luna, el rumbo correcto para dar con las estrellas?
-Eso lo dirá tu corazón, pero…llevando la lechuza en las trenzas no vas a equivocarte.
-¿Nos veremos otra vez?
-Cuándo tú vuelvas, y yo regrese.

DERECHA E IZQUIERDA , DIESTRA Y SINIESTRA

Josefa es una mujer que también es madre, abuela y médica, entre muchas otras cosas.
Con ochenta juventudes se jubiló por edad, no por vieja, y hasta el día de hoy trabaja curando a los que pueden y a quienes no pueden pagar la consulta.
Josefa consagró la vida al servicio de los suyos y de los ajenos, a quienes hizo propios ; pero esa inclinación a la caridad fue tristemente cuestionada a lo largo y a lo ancho de su carrera.
Los colegas renegaban porque les restaba clientes y el ámbito conservador le imputó el cargo de “bohemia”.
Cierta vez, mientras compartíamos la amistad en el consultorio de cuatro ruedas con que visitaba enfermos en las villas miseria, Josefa confesó, medio sonriente, medio abatida:
- La opinión pública cree que por hacer este trabajo, soy de izquierda.
A lo que respondí:
- La opinión pública tiene razón, Josefa. … si ser de izquierda significa que a uno, el corazón le late fuerte.

REYES MAGOS

A Juanita le dijeron. “Para que Los Reyes Magos pasen por tu casa tenés que redactar una carta y dejar agua y pasto junto a tus zapatos”
Pasto y agua, obtuvo enseguida.
Lo que no pudo conseguir fue calzado de su talla.
Juanita no tenía zapatos. Si ponía los de su abuelita, Los Reyes se darían cuenta del engaño y como también le dijeron que Los Reyes dejaban sin regalo a los niños mentirosos, se encontró frente a un gran inconveniente.
Pensó toda la mañana, toda la tarde y al caer la noche, muy apenada decidió que como sea, resolvería el problema.
Colocó sus pies encima de un papel de diario, trazó los contornos con un lápiz y recortó la hoja con una tijera.
Luego redactó esta nota y la puso junto a la puerta:
“Reies Magos, estos son mis pies.
Si ustedes pueden y no es molestia, les ciero pedir unos sapatos para qe el anio qe biene, tenga sapatos para poner alado del agua de los camelios y entonses, me quieran traer una muñeca.
Muchas grasias
Juanita”

GANAS

Llueve.
El río crece.
En su vientre se están elaborando sapos y más plantas.
El bosque se entretiene armando colibríes para adornar el cielo; las mariposas dan a luz alas de colores.
Un caracol con sus antenas largas como hilos, no sabe adónde ir y se pone a lustrar los zapatos de la tarde.
Todos trabajan para el mundo.
Sentada en las flores me sirvo una porción del horizonte.
Sabe a madreselva. A pan caliente.
A ganas de vivir.

LAS SOMBRAS SE FUERON

Las sombras se fueron
y estabas.
Después
cantó un gallo blanco;
puse un pié
sobre tu espalda
una pestaña encima de tu ombligo.

Te vigilé
con un párpado entreabierto.

Desayunamos,
yo con vos
vos conmigo
jugos exquisitos.

Y estabas.

Y otra vez lo mismo.

Admiré tu valentía.

No es fácil acertar un hombre
que no escape de mí.

RE - CREACIÓN

Desperté descalza
desnuda
con frío.

Blancas paredes colgaban del techo
los muebles no estaban
se fueron los libros
y por la ventana
huyó además el río,
los colibríes
la risa, el verano
…desmantelándome.

Lloré hasta la muerte.
Sufrí hasta el abismo.
Luego
elegí un nuevo nombre
y nací.

COMUNIÓN

De lunes a domingo
sin ropa o con ella
uso mi envoltorio
humano

…a veces me divierto.

Lo mejor ocurre
cuando olvido todo
para aplastar uvas
con los pies descalzos.

Entonces
la vida y yo
somos idénticas.

Dos sorpresas
distrayendo a la muerte.

EL DÍA

Hoy es todo.

Quien sabe
mañana
si me verán tus ojos
te verá mi cara.

El suelo es espiritual
mientras lo andamos,
cuando dejamos de andarlo
es una cama
para insatisfechos.

Por todas partes hay
insatisfechos
de sueños
de sexo
de ausencia
de mucho amor
de poco amor
de Patria
de bolsillos llenos
de estómagos vacíos

Voy a cualquier lado
me muevo
hago que me vean
…sonrío

Regreso a casa
y pienso
“hoy es todo”

Mañana…

Mañana será otro día.

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