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OLGA LILIANA REINOSO (General Pico-La Pampa-Argentina)

CECILIA GRIERSON

Cecilia Grierson descansa. Por la ventana del cuarto se van desdibujando las líneas diurnas del paisaje de Los Cocos. Abril es un ramillete otoñal de flores gualdas. Cecilia intenta dormir. Su cabeza de copos de nieve reposa sobre el almohadón de plumas. En la duermevela febril de la agonía, su mente se sube al tiovivo incesante de la memoria y a lomo de un caballo de recuerdos galopa entre el pasado y el presente. Por momentos se sobresalta y abre los ojos, azorada. Le hace una seña al ama y ella, solícita, le moja los labios. Pero Cecilia indica, con su mano higuerosa, el libro que yace sobre la mesita de noche. Lee por enésima vez la dedicatoria de su tío abuelo, John Parish Robertson.
“Dear Cecil:
Envuelta en la mágica dicción del escritor, encontrarás aquí todo lo que la imaginación conciba de descollante, lo que la razón requiera de profundidad y justeza, lo que el humor pueda exigir de cortesía, vigor y sencillez. Atraviesa tú misma este lugar de las pampas de cuyo nombre sí quiero acordarme y luego de beberte todos los buenos aires, enfrenta a los gigantes intolerantes de la Facultad de Medicina. Aunque no puedas verme, yo seguiré siendo tu fiel escudero.
I love you, Grandfather John
Sonríe levemente y vuelve a cerrar los ojos. Se ve a sí misma ungida caballero frente a las ominosas autoridades de la Universidad de Buenos Aires cuando, después de la muerte de su entrañable amiga Amelia Köenig, decidió matricularse en la Facultad de Medicina y tuvo que hacer su propia defensa para obtener un permiso especial por el simple hecho de ser mujer. Pese a los comentarios malévolos y las burlas de sus compañeros, siguió adelante con excelentes resultados. Pero recién en 1886, durante la epidemia de cólera, cosechó los primeros reconocimientos sinceros al atender a los enfermos de la Casa de Aislamiento. De pronto, la rodean. Alicia Moureau, Elvira Dellepiane Rawson y Julieta Lantieri se sientan a los bordes de la cama y hablan con fervor genuino acerca del Partido Socialista, de la completa igualdad jurídica de las mujeres, del divorcio, del mejoramiento de la maternidad. Cecilia presiona su ajado vientre huérfano y revive el momento en que estuvo habitado por un niño que nunca creció. Entonces, alguien entra. A pesar de los años transcurridos reconoce de inmediato su sonrisa tímida y su rostro aniñado. Es Emilio, Emilio Coni, el único compañero que la respeta y admira. Ha venido a buscarla. No lo duda un instante y de inmediato trasponen el umbral tomados de la mano. El ama dormita en la mecedora, ajena a la celebración que estalla en el corazón de Cecilia. Ella es otra vez la joven médica llena de ilusiones que corretea por la campiña.

IMPUNIDAD

Yo lo intuía, lo sabía. Pero con mi tendencia masoquista seguía sosteniendo aquel castillo sobre la arena. Por eso, cuando no te encontraba, cuando no podía comunicarme con vos, una angustia gigante me atenazaba. Me faltaba el aire, temblaba ante el timbre del teléfono, imaginaba que te habías muerto. Después, un pocillo de tu voz calmaba mis latidos crepitantes por unos días, por unas horas. Tanto te atosigué con mis temores que terminaste dictando mi sentencia. Y fue tal el dolor-aguijón-acero-caliente en mis entrañas que no tuve más remedio que matarte para que los demás no sintieran pena por mí, mujer marginal, poema en el cesto de papeles, solitaria deambulando bajo la lluvia. Y me sentí feliz, porque cometí el crimen perfecto: soy una asesina impune. No pueden condenarme, porque vos seguís vivo.

PATERNIDAD

Yo siempre tuve una suerte rara con mis padres.
Al primero no lo conocí.
El segundo nos fajaba a mi mamá y a mí, hasta que un día desapareció.
Pero el tercero sí que me quiere. Por eso, cuando mi mamá se va a laburar a la calle, él se acuesta en mi cama para que no yo tenga miedo.
Claro que yo no puedo contarle nada a ella porque se va a poner celosa.

NADIE LO VIO

Él se las arregló siempre para salir bien parado. Claro, el hombre probo y justo, temeroso de Dios, reconocido en toda la zona por su fe y su bonhomía; el que velaba por la salvación eterna de sus hijos arrodillándose todos los domingos frente al altar como un penitente. Bien que se las ingenió para desvalorizarme públicamente, así era su palabra contra la mía. ¿Y quién iba a creerle a una mujer débil, pecadora para más datos, que instigó al bueno de su marido para que maldijera a Dios? ¿Quién, en esta sociedad hipócrita? Nadie se dio cuenta de la farsa, nadie intuyó que se trataba de una fachada, que el encantador señor Javier Carnavalys, en realidad, cometía a diario el peor de los pecados capitales: la soberbia. Y se ocupaba miserablemente de invisibilizar a su mujer, a la que usó como quien alquila un vientre para tener diez hijos que le dieran prestigio. Solamente me hice popular cuando, loca de dolor, grité desde mis ovarios aquella frase célebre: “Maldice a Dios y muérete”. Entonces todos salieron a apedrearme, como a María Magdalena, pero ningún Jesús les preguntó quién estaba libre de culpa. Nadie pensó en mi desgarro, nadie pensó que yo era la madre de esos hijos masacrados. Eligieron el poder, la patología, la doble moral. Y me encerraron.Ahora te pregunto a vos: ¿Tampoco te diste cuenta, Dios mío?

OBEDIENCIA DEBIDA

Cuando la joven musulmana huyó para casarse con un extranjero, fue socorrida en casa de su amiga Zoraida, la hereje. Al día siguiente, su padre fue a buscarla, pero ella se negó a verlo. Dos días después, apareció su madre. La joven corrió a abrazarla. Y como respuesta, recibió un balazo en la frente.

EL BESO

- Estoy encantado –dijo un sapo a la princesa.
La princesa tragó saliva y se agachó para besarlo. Con la boquita todavía fruncida, el sapito concluyó: - Encantado de conocerte. Y se fue croando de lo más contento.

AUSENCIAS Y REGRESO I

Hay ausencias que arañan como gatos en celo
y suben sus hervores desde la urdimbre ciega,
se filtran como el viento agostino y doliente
penetran en la íntima franqueza del silencio.
Hay ausencias turgentes como pezones agrios
de los que mana un vino para horadar el alma.
Tienen múltiples manos que rasgan el olvido
en partículas hoscas que se esparcen y crecen.
Hay ausencias más crueles, mucho más, que la muerte
porque las creó el hombre con distancia y traiciones.
Son aquellas que rugen cuando callan los pasos
y trasponen el muro
y acribillan la espera.
Hay ausencias que avanzan con los ojos vendados
para arrasar sin lágrimas el candor del deseo.
Y acunar en sus brazos despóticos y enormes
la criatura indefensa de las noches en vela.
Son humo, son machete
que corta en llamaradas
la oquedad de la víspera entre cuatro paredes.
Vibran en desmesura como ávidas guitarras
que arpegian la tristeza con inválidas notas
y producen un frío de túnel o sepulcro
con el aullido tétrico de un lobo malherido.
Pesan sobre los ojos como siglos de arena
presagian llanto fértil y vientos de tormenta
son dos barcos varados en el muelle del tiempo
hospedando a los náufragos de algún amor viajero.

Pero en un sobresalto las ausencias se extinguen
porque existe un antídoto que se llama regreso.

AUSENCIAS Y REGRESO II

El regreso es un pájaro nacido en cautiverio
que se empluma de besos para entibiar el nido.
Es la policromía de una estrella engarzada en medio del desierto
clamando la mañana.
Tiene una bruma dulce para amar al rescoldo
y renacer despacio en su hoguera de pétalos.
Es el ebrio galope del potro de un abrazo
cuando los dedos palpan la mitad de su sombra
y arrullan la nostalgia como a un recién nacido
y abren los ventanales para que entre la aurora.
Los barcos agoreros zarpan de madrugada
y se alejan anónimos, tras sirenas de niebla.
Porque el aire embalsama los recuerdos penosos
y se puebla de trinos la luz de la alborada.
El regreso es un nido frondoso y confortable
para que habite el alma y restañe su herida.

Pensando bien, la ausencia, es la semilla ardiente
que germina con llanto las flores del regreso.

PENA

Tu pena me despena
de inútiles lamentos.
Cuando tus ojos cruzan
Mi corazón de barro
Cuchillos de vergüenza
Me ensangrientan el alma.

TU BOCA

Boca de decir sí
Ardiente boca
Cóncavo recipiente, desmesura
Cuenco de luz
Relámpago oportuno
Pincelada fatal de terciopelo
Potro que se encabrita en la hondonada
Para ascender al sol de una palabra.
Tu saliva es un mar en miniatura
Donde quiero nadar
Pero naufrago.

REAFIRMACIÓN DE LA LOCURA

Loca, gritan los charcos de la lluvia
loca, salpican los harapos
loca de atar sufre la santa madre
loca re loca ríen los chicos en la calle
flor de loca critican las comadres
¡es una loca! insulta el hombre gris
¿estás loca? preguntan sus amigas
no le hagas caso, es loca, agrega el jefe
loca como tu madre, grita el marido
loquita mía besa el amante azul
y la loca total desvergonzada
se arrodilla en la esquina para orar.
Gracias, Señor, por toda esta locura
gracias por ser tan anormal
me honra esta chifladura sacrosanta
me hace bien esta demencia angelical
no quiero parecerme a los tramposos
ni ser un fariseo del montón
no deseo apagar nunca mis deseos
ni ocultar este fuego creador
quiero ser como soy sin maquillaje
quiero amar con mayúscula cursiva
quiero beber la brisa y la llovizna
y danzar bajo un sol de libertad.
No me devuelvas nunca la cordura
déjame mi locura bautismal
si este es el precio de la diferencia
seguiré siendo loca hasta el final.

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