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PABLO LASSO GÓMEZ (Guadalajara-Jalisco-México)

ME SALUDÓ LA MUERTE

Cuando abrí los ojos ella estaba sentada en una silla frente a mí. Tenía el cuerpo totalmente cubierto con un velo muy ligero, como los que usan las novias, no pude ver el color de su pelo, ni el de sus ojos, tampoco tenía edad. Brillaba como si fuese un fantasma pero no lo era porque no flotaba, su imagen era nítida y no trataba de asustar. Más bien parecía una estatua de esas que abundan en los cementerios.
Mi primera reacción fue de defensa ante un extraño pero el único movimiento que logré hacer fue levantar la mano a unos pocos centímetros de la cama.
En ese momento ella me habló:
- No quise despertarte, me da igual un poco antes que un poco después -su voz sonó dulce, insinuante y peligrosamente atractiva.
Estaba atardeciendo, esa hora en la que no se sabe si encender la luz eléctrica o apurar lo que queda de la luz del sol. Noté que habían desaparecido mis dolores y que mi cama de hospital, por primera vez, era cómoda.
Ella sonreía rodeada de un aura sin color.
- No hace falta que me presente ¿verdad? –me pareció que su tono de voz tenía una cierta ironía.
- No, no hace falta, ya sé quién eres desde hace mucho tiempo. Me he comunicado contigo cada vez que he ido al médico pero hasta ahora no te había visto –no, en realidad yo no sentía miedo, era como el encuentro con una vieja amiga, bueno, digamos simplemente conocida, no hay que exagerar.
- Verme o no, da igual; lo importante es haberme sentido. En estos años, siempre he sido tu confidente. Lo que quiero saber es si ahora, cuando ha llegado el momento de la verdad, vas a venir conmigo voluntariamente o te voy a tener que arrastrar ¿qué decides? –ella hablaba muy despacio, su registro de voz era grave, un poco pastoso, enunciaba las sílabas como si no existiese el tiempo, eso contrastaba con la velocidad en el tipo de elección que a mí me exigía.
- ¿Por qué tanta prisa?, siempre hemos hablado tranquilos. Cuando choqué tú estabas ahí y me hiciste compañía hasta que llegó la ambulancia. Lo mismo pasó cuando se murió mi mujer, te sentí muy cerca.
- Tienes razón en lo primero, cuando chocaste yo estaba a tu lado, los dos esperábamos la ambulancia por distintos motivos, como llegó yo me regresé al lugar de donde vine, es decir, a tu interior y cuando lo de tu mujer yo no estaba ahí porque era otra muerte. Creo que no me entiendes. Te lo explicaré más sencillo. Tú no lo sabes pero siempre he vivido contigo, más bien, dentro de ti. En ese sentido tienen razón los que me representan como una calavera ya que soy el hueso de tus huesos. Claro que están equivocados los que me identifican con tu esqueleto, esa es mi casa pero no soy yo. Confunden el estuche con la joya –su voz me transmitió una cierta ironía mezclada con una coquetería femenina que me sorprendió-. Así ha sido desde que naciste hasta hoy, por eso me reconoces como algo tuyo, pero no soy “tu”. Lo que no entiendo es por qué me llaman “la”, ¿por qué me asignan un rol femenino?, yo más bien debería pertenecer al género neutro ¿no te parece? Porque mueren hombres y mujeres y yo siempre soy la misma, “la muerte”, aunque diferente para todos. Cada uno tiene “su” muerte. Ahora soy precisamente la tuya.
Me quedé pensado un rato en lo que me había dicho, me extrañaba eso de que cada uno tenía “su” muerte y nunca había dudado que “la” muerte fuera mujer. También aprendí que mi muerte era hábil en el juego de la esgrima con el lenguaje.
- No lo sé, para mí siempre has sido una mujer. Tal vez porque una mujer me trajo a este mundo ha de ser otra mujer la que me saque de él. Eso se aplica a hombres y mujeres.
Ella se me quedó mirando con unos ojos que supuse vacíos, luego cambió de tema.
- Ahora he salido de tu cuerpo porque vamos a ser dos entes diferentes, vamos a hacer un viaje y te tengo que guiar –ella me tendió su mano pero como yo no me moví añadió- ¿A qué esperas? ¿Vienes o te llevo?
En realidad no me había movido porque pensaba que no podía levantarme de la cama, había estado demasiadas semanas inmóvil, sin embargo cuando lo intenté me sentí ligero. Decidí que yo sería de aquellos que van por las buenas, más curioso que alegre, porque nunca me ha entusiasmado el futuro, siempre desconocido y por lo tanto arriesgado. Cuando yo estaba vivo y me pedían los encargados de las pensiones por jubilación que pensase en cómo sería mi situación en los próximos años sentía el futuro como una extensión cercana del presente y hasta ahí, imaginar algo más allá de un año o dos nunca me había gustado porque me equivocaba. Luego, cuando me hice viejo, prefería disfrutar la sensación del presente y no me gustaba extrapolar mi vivir en una perspectiva temporal que cada vez tenía que ser más escasa. No, no me gustaba el futuro sino la paz y la tranquilidad de quien vive el día a día sin riesgos.
De repente me vino una pregunta a la cabeza ¿qué cosa era yo ahora? Por lo que decía mi muerte daba la impresión de que ya no estaba vivo, pero tampoco estaba muerto porque podía pensar. Siempre me imaginé que estar muerto era como entrar en la nada, es decir, no se podía pensar, ni hablar y en ese instante, allí, acababa todo.

Su mano era de un color indefinido, digamos que se parecía al marfil, y se dirigía hacia mí. Se quedó inmóvil, como a medio metro de mi cuerpo. La vi claramente, no eran huesos secos y pelones, era una mano con una especie de piel, como la de los maniquíes de las tiendas de ropa, muy pálida y supuse que fría. Eso me sacó de mis cavilaciones. Sin pensarlo mucho extendí la mía y cuando tomé la suya experimenté una sensación de descanso, todo lo que alguna vez me había preocupado se alejó de repente. Sentí que yo era únicamente yo, sin mis circunstancias. Ella, envuelta en el velo y rodeada por su aura me sonrió, eso lo percibí claramente, era la mueca de “su” victoria.
- Ya no hay marcha atrás –me dijo ella mientras apretaba mi mano, yo ya no me podía soltar y no lo intenté- ¿Sientes paz?
- ¿Marcha atrás?, ¿Ha habido en algún momento la posibilidad de dar marcha atrás?
- No me has entendido, el primer paso que diste, ese es irreversible, comienza en el momento en que nos tocamos. La intención es clave, tú tomaste la mano que yo te ofrecía. A otros sujetos, mujeres y hombres, mis compañeras los tienen que agarrar o incluso cazar después de un cierto tiempo. El final siempre es el mismo: nos vamos con ellos. Pero el modo como se inicia el camino es diferente según se comporta cada quien. Te repito la pregunta que te hice antes porque para mí es importante: ¿Sientes paz?

Me extrañaba que mi muerte se preocupase por mi estado de ánimo. Hasta ahora la conversación había sido correcta, educada, como debía ser entre dos personas que se conocían pero que no habían intimado demasiado. La pregunta era excesivamente personal, se salía de tono. Luego me imaginé que ella también tendría que dar cuentas a alguien de cómo hacía su trabajo, en fin, habría que decirle la verdad como a los médicos, ya estaba acostumbrado.
- No del todo, es extraño, me siento tranquilo pero a la vez angustiado.
- No te preocupes, esa sensación no la pueden sentir los vivos porque para ellos son cosas contrarias, pero ahora que estás a punto de atravesar el umbral, con lo que me acabas de decir es suficiente para indicarme cuál es tu camino.

Pasamos a través de algo tibio, de olor dulzón, parecido a una cortina espesa y ancha de color café con leche, debía ser el umbral, como ella lo llamaba. Lo último que oí del mundo en el que había vivido toda mi vida fue el sonido de una serie de aparatos a los que estaba conectado mi ex cuerpo. Los pitidos eran claramente una señal de alerta que indicaba que alguien se estaba fugando. Rápidamente llegaron unas enfermeras a mi habitación, atendían más a las gráficas que se dibujaban en las pantallas de los aparatos que a la apariencia de mi cuerpo, luego apareció un médico joven. Me dio la impresión que estaba de prácticas y quería impresionar a las enfermeras. Ya no vi más. Todo aquello que había sido mi mundo quedó para siempre a mis espaldas. Había terminado de atravesar el umbral.

1 comentario:

  1. Muy interesante éste relato sobre la experiencia sobrenatural, me encanta la sencillez, la frescura de la narrativa, muy descriptiva. Gracias por compartir.
    bendiciones

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