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GUSTAVO PEÑALOSA CASTRO (México D.F.-México)

1

Me asomo en el silencio por el hueco de unos días
que pasan junto a otros.
Vuelvo a guardar las envolturas en lo más alto del ropero
Un paraguas de mi primo Manuel. Un sombrero. Valijas. Flores de papel.
Una lista de invitados y una lista de no invitados.
—No me trates bien.
Asomémonos por la ranura.
Los amigos siempre fueron enemigos.
Ya se van
Alguien se va y se detiene con la mano oculta, con la mano avergonzada,
con la mano que mece lo desconocido como si fuera algo fijo, algo que se guarda en lo más alto del ropero donde se cierra el paraguas y lo desconocido se aprieta como algodón de azúcar. Imagina un río. Imagina el paisaje de un hombre que es un río que se va y en un recodo te baña con los ojos que te miraban en tu lejana voluntad de abrir y cerrar a oscuras, a ciegas
—No quiero que me trates bien.
Cierra la puerta, espejo de la intimidad
—No quiero ser lo que alguien quiera ser.
La puerta se apaga por dentro.
La luz llega puntual. Los ojos descorren la cortina.
El apremio engañado tiene plazo.
La verdad tiene plazo.

2

que jamás el destino, comprendiéndome mal,
me otorgue la mitad de lo que anhelo
y me niegue el regreso
Robert Frost


Un par de ojos (familiares),
como manos de cristal reflejan
involuntariamente
el tacto sutil de las imágenes.
Germinan hojas en el tronco hueco de otro tiempo
–Escuchamos el diminuto retumbo de su fuga
(el potrillo y ese aire que peina su carrera)
Nos quedamos quietos por el recuerdo:
"fuera de la verdad, todo parece frágil"
y apuramos el último sorbo
de la tarde con su olor a dísel.
Alguien quiso brindar por los ausentes
los que estuvieron ahí, sentados, tantas veces
antes que nosotros fuera nuestra voz
en la deshabitada intimidad de la última palabra.

3

El odio de los amantes, como reina enloquecida,
recorre el paredón y arguye y se imagina
tras la puerta del suceso tantas veces presentido
con el alto al fugo en la punta de la lengua

El cielo una línea tenue una línea tenue
El horizonte una raya que recorta el infinito
La mano late junto a la copa de cicuta

4

No quedaba mucho tiempo. En el sobre iban guardadas
sus monedas, su llave, la tarjeta y el aroma deslavado
De su pañuelo
Bajamos la vista y el tren pareció detenerse
Bajamos la vista necesariamente porque se trataba de nosotros
Condensamos recuerdos de este lado del río
Apagamos las luces y no dijimos nada después
Los vimos llevarse las hojas secas, y las nubes
echaron encima un vaho caliente y humedad y tiempo
y la gente cruzó de un lado a otro y bajaron la cabeza
y las tortugas, en ese verdor de la saliva sobre la yerba
transparente indiferencia de techo de olvido
el pañuelo, el pelícano, la herida
de los hijos que miraban el pasado
con los ojos cerrados
y recostaban la cabeza en el pecho blanco
de un mediodía de sol profundo
mientras ellas buscaban debajo de la ropa
el suelo intacto que soñaron la víspera
antes de cruzar la acera
y miraron los retratos que nadie reconocería
Y la sal, juntábamos la sal y tocábamos la frente a cada uno
y acariciábamos las palmas de las manos
antes de la ejecución

5

De reojo sombra de ave negra
De reojo días, devoción de imágenes en la pared
El que quiso decir todo lo que no podía decir
El que sesgó, volvió a buscar, reacomodó, tocó
El que no pudo nunca preguntar esa pregunta del afecto
Todos ahí en un solo impulso de música y recuerdo
Todo en la ventana, y ojos mudos de cerrados
De pálidas y tan gastadas superficies
Palabras que hablan de sed y sequedad
Y miran atrás las ruinas, y una patada al cuerpo inmóvil
De lo que desaparece y se desdibuja en el instante
Y el que piensa, el que verdaderamente piensa
Deja la vista en el recodo porque sabe
Que hay algo siempre al borde, siempre a punto
Algo que exactamente puede ser

6


Un disfraz inobjetable, digamos,
para un breve ensayo,
de morir sin duelo,
muerte insignificante,
sin prescindir del cortejo de palabras entregadas
al impersonal desear nuevos deseos,
algo como la marcha de hormigas
que apuren los viáticos del sanguinario fruto,
confesión en el crítico umbral del cementerio
de los tiempos que se van enrareciendo,
hombre que fue jueves el viernes,
negocios raros como Hortensias
en el jardín del plástico encarnado
con su causa tibia de abismos a la carta.
Tesoro de pérdidas sublimes,
tesoro de palabras en el área de urgencias de un hospital ambulatorio,
y el séquito de plañideros que ambienta una fiesta despoblada
de utensilios simples como llaves, cerraduras,
y el cadáver de un fantasma en el suelo de la habitación imaginaria
donde, al amanecer,
otra Penélope bosteza
mientras borra en su diario la palabra mañana.

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