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OSCAR WONG (Tonalá-Chiapas-México)

A PESAR DE LOS ESCOMBROS

A Penélope,
que teje y desteje los anhelos.

Del cristal
de la roca llagada por la esquirla
del seno derecho que amamanta
del izquierdo también
del niño aquel con el muñón sangrante
del rastro que se hereda y se trasplanta
vengo a instalar la parte que me toca
vengo a ungir la Luz, aire que mueve el girasol danzante,
tierna brizna que asoma –todavía– a pesar de los escombros.
vengo a clamar por el viento que agita las entrañas
y la armonía que nace a cada golpe de la aurora.

Pero viene el rumor, el polvo trepidando
en cada brazo.
Un gruñido me pone sobre aviso. Ahora lucho,
muerdo, grito. El mazo acaba con mi lanza,
rasgan mi yugular colmillos poderosos.
¡Aúlla, animal, aúlla!
Arroja tu violencia sobre mi hambre.
Que la muerte se instale en este movimiento
borrado por la Historia. Que la muerte repita
sus pisadas.

Te digo: soy tu manto, un pedazo de piel como al descuido,
un animal en tu costado.
Soy aquel protohombre husmeando tu cadera,
por eso gruño en cada beso que derramo.

Quiero decir, Amor, que el alba esparce su alegría.
Quiero gemir que soy este que soy.

Pero vienen mil gritos. Metales claman
rabiosos su venganza.
He llamado a los dioses día y noche.
Nadie escuchará mi voz, mi angustia cuando vea a mi pueblo
sepultado.
La locura vuelve a sonar en mis oídos.
Escucha al caballo encabritarse.
Mira la muerte que viene en sus entrañas.
(Paris, se agazapa el Imperio
en los muslos de tu Amada).

Vuelvo el rostro a la calle. Me miro reflejado
en el cristal.
De qué sirve el candor, de qué mis brazos, mis puños
que amenazan a la piedra.
¿A dónde, Amor, dirigiré mis pasos?
¿En qué recodo oscuro de la Historia
sepultamos la ternura?

La danza de la suerte ejecuta sus giros
en medio del quebranto. Las luces en la noche
presagian tempestades. Dónde aguardará
mi pueblo tu retorno, Oh Serpiente Escondida
entre la Pluma.
Pero llegan tamemes cargando oscuridad.
Ahora los dioses cabalgan hacia nosotros
con el trueno que mata en cada mano.
Ni flechas ni lanzas de obsidiana pueden
con la Tribu Divina. Moriremos.

Te digo, Amor, que estás en lo que toco.
Te sigo en cada movimiento.
Que tus cabellos que tremolan en medio del desastre.
Te amo, Amor, con todo el odio del siglo que me toca.

Es cierto: no preciso de mí, sino de ti. Por eso aguardo
tu sonrisa, tu voz que resuena como si fuera la primera Voz
sobre la Tierra. Tu voz, zureo de paloma.
Pido clemencia por cada niño que llora.
Yazgo en cada vertiente de ti. Sucumbo
cuando arrojas tus lazos sobre el mundo.
¿De qué me sirve ser si no soy
cuando adviene este silencio?
¿De qué la Historia si volvemos
–vuelta y vuelta a la noria–
a instalarnos en lo absurdo?

Del cielo viene el odio en llamaradas.
Un tajo brutal cercena el movimiento.
¿A qué Hiroshima interrogamos?
¿En dónde, Nagasaki, escondimos la vergüenza?

Viene mi Padre con su voz entera a cobijarme.
Viene el candor en cada vientre que ahora crece:
El mundo nace en cada aurora.
Y me lleno de ti, sepulto la agonía.
Retomo la Luz. Abro mis manos para estrechar
la potestad y la ventura.
Sé que las Historia se transforma,
pero canto para decir tu nombre en medio del desastre.

Miro los escombros. Tejo y destejo
el mar y la montaña. Soy este hombre con el fusil a cuestas
y la esperanza en cada mano circulando como un río.

Soy el cristal y el muñón. El aire girasol
que irrumpe en la mirada.

TRANSMUTACIÓN

A Jaime, in memoriam
Para Julio, de la estirpe de los Sabines.

La buganvilla tiembla
ante los ojos del Poeta
y como la hoguera antigua
ante El Justo doblegada
espera la orden fulminante.
Acaricia su follaje la mirada del Poeta.

La buganvilla se estremece:
Jaime Sabines tiembla,
mira su cuerpo endeble, adormecido.

El rayo duerme en esas flores
y su mirada se adentra en las raíces
(cada vez más hoguera sus pétalos
y más savia la sangre).
19 de marzo de 1999


FIESTA DE LA LUNA DEL MEDIO OTOÑO
A Patricia Chem Chi

Mariposa incendiada la noche huele a incienso.
Grumos de luz temblando frente al viento,
pagodas diminutas: faroles en manos de los niños.
Como una flor de loto la Luna se abre.
Sus pétalos –evanescentes besos- se derraman como el vino.
Ninguna nube amenaza su esplendor.
En el patio estridula un grillo.
Las doncellas bailan.
En la mesa los panes semejan blancos corazones diminutos.
Mi pecho, una granada;
mis manos, flores de durazno.
Manzanas y toronjas, uvas y melones se congregan.
Armonía.
Como de una taza de té mi padre sorbe en la memoria,
se inclina ante ancianos venerables
y yo soy el rayo de Luna cayendo
en el Corazón del Otoño.

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