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EDUARDO H. GONZÁLEZ (México DF-México)

VISLUMBRES DE LA VOZ

RAMÓN LÓPEZ VELARDE (1888-1921) O EL BENEDICTUS DEL VIENTO

Dice Baudelaire en su poema El vino solitario:

El extraño mirar de una mujer galante
que resbala en nosotros como ese rayo blanco
de la luna, ondulando en el lago que tiembla
cuando quiere bañar su lánguida hermosura…
brinda al pecho sediento del poeta piadoso;
¡la esperanza, el amor, la juventud, la vida…
que nos hace triunfantes e iguales a los dioses!

El poema parece, a primera vista, una ferviente y señera declaración de amor a la mujer. Sin embargo, profundizando, no es sólo el cortejo adulatorio lo que acaece vigorosamente en la súplica del poeta. En cada verso deviene una analogía de la vida y obra que rodearon a nuestro poeta nacional.
Ramón López Velarde murió a la edad del Nazareno, dejando una obra en que se contiene la búsqueda de la otredad que siempre manifestó Octavio Paz. Nada presuntuosa (lo cual es meritorio si consideramos que la calidad literaria no se ostenta, se acepta calladamente) la obra de Velarde es la otredad que transita por los faustos caminos de la devoción del que ama porque nació para ello. Se ama para manifestarse, para encontrase en el otro, evitando que éste, a fuerza de ignorarnos nos lacere, para ser humano. López Velarde aspiró a ser no sólo el humano que amo a Fuensanta, sino el humano que amó a su Suave Patria, aunque ésta fue ─y sigue siendo tortuosa con los seres que habitan en ella─ la cuna que lo meció tristemente durante sólo 33 soledades.
Retomando el poema de Baudelaire en sus versos primeros, se deduce que:

El extraño mirar de una mujer galante
que resbala en nosotros como ese rayo blanco
de la luna…

No es otro ese mirar que la bien amada Fuensanta de López Velarde:

Humilde te ha rezado mi tristeza
como en los pobres templos parroquiales
el campesino ante la Virgen reza.

Conviene la analogía: la mujer galante de Baudelaire es la virgen ante la cual reza el campesino (el mismo Velarde). Por lo cual, decir mujer-virgen resulta en gran medida una latría del ser humano que se empeña en descubrir al ser empíreo que es en realidad la Fémina.
En consecuencia la segunda parte del poema venido de la voz francesa dice:

…ondulando en el lago que tiembla
cuando quiere bañar su lánguida hermosura…
brinda al pecho sediento del poeta piadoso;
¡la esperanza, el amor, la juventud, la vida…
que nos hace triunfantes e iguales a los dioses!

Argumento que alcanza la suprema expresión en el poeta mexicano, que recoge en sus versos los sentimientos de que habla Baudelaire y los hace bondad y empatía con su bien amada.
La alaba, a la Dea Fémina que lo hace sufrir ponderando en él la gracia de la palabra que como atributo materno muestra su indulgencia a través del ruego:

Antífona es tu voz, y en los corales
de tu mística boca he descubierto
el sabor de los besos maternales.

¡Quién me otorgara en mi retiro yermo
tener, Fuensanta, la condescendencia
de tus bondades a mi amor enfermo
como plenaria y última indulgencia!

Consideremos al poeta piadoso en la persona de Velarde, el cual, predestinado por el poema de Baudelaire adquiere un nivel prócer ─es decir, de dioses─, actitud ponderada por el misticismo que alcanzó su obra, por la inoculación de sentimientos que germinan en él trasladándose de manera natural hacia sus iguales. Así, triunfal guerrero que a la postre de la batalla se levanta en un grito victorioso, ¡¡¡Fuensanta!!! Resuena el llamado y el poeta mexicano cumple la consigna venturosa del poeta francés (quien parece, conformó el devenir del poema de Velarde).
Ya descrito lo que se supone como una concomitancia de poetas en distintos tenores de la vida ─no así del momento creador, ya que ambos, el nuestro y el admirado, mantienen la unicidad que la poesía vertida a partir de la confidencia procura a los poetas mayores─ se entiende la religiosidad de Velarde (no sólo hacia la mujer) en su contexto nacional. Religiosidad no ortodoxa a la moralina, por el contario, suponemos una fe respecto de la verdad y el afecto, una fe/verdad/afección, toda Fémina y nacional.
La cual se demuestra lo mismo que se admira en sus versos:
Suave Patria: permite que te envuelva
en la más honda música de selva
con que me modelaste por entero
al golpe cadencioso de las hachas,
entre risas y gritos de muchachas
y pájaros de oficio carpintero.
Se estima la admiración por la patria que ha procurado la estancia y la forma al ser humano, tejiéndolo con el golpe no mortífero del hacha, sino con la caricia que es oficio de la música.
O:
Suave Patria: tú vales por el río
de las virtudes de tu mujerío.
Tus hijas atraviesan como hadas,
o destilando un invisible alcohol,
vestidas con las redes de tu sol,
cruzan como botellas alambradas.
Nuevamente se pondera a la Fémina que destila la inasible esencia de la evocación, la probidad del astro sol que se tiende con su vestir ambarino y nos aprisiona con su canícula fervorosa, la sapiencia de decir que la patria es mujer y río de virtudes.
Sin duda, Velarde se permite un sinfín de analogías y de encomios. No de la banalidad de ser transcripción de algo o de alguien, sino de la similitud de que está hecha la vida misma, la sencilla, la “vivible”, la necesaria.
Velarde el poeta, el ser humano que permite que su voz sea el cauce a través del cual viajan los apegos, la fe, el verso. El rapsoda que afirma suavemente que la mujer y la patria son estratagemas de manifestación. Velarde el nuestro, el ser que más que nacional, es símbolo y transparencia de lo nacional; benedictus que florece cuando al alba abrimos los ojos y contemplamos la magnificencia de nuestra patria/fémina.

ALTERNATIVA SOBRE UN SUEÑO

… a veces,
algunas veces uno muere
cotidianamente.
Nuestro semblante se distorsiona
sobre la astilla de un sueño,
el regocijo es una agonía,
no única,
sí solaz
y nuestra.

Y es que a veces
sólo tenemos la desamparada
posibilidad de la angustia
entre los dedos,
el pesimismo del retraimiento,
el cansancio de nuestra alegría
encanecida.
Nuestra alegría que sufre
como sufren los campanarios
antes del golpeteo matinal,
del matinal cansancio
de los peatones que arriban
a la travesía de la calle que los llama,
que los llama para decirles:
¡no eres nadie,
sólo la burla de lo que jamás fuiste!

Y entonces comprendemos la señal
que oprime nuestro pecho,
entendemos que es otro el que nos habita,
el que muere cotidianamente y pasea
ornamentado por antiguos decires,
por obesos
y acomplejados instantes.

¿Cómo decir que hemos muerto
si la angustia
aún camina entre nosotros?

Tenue es el amparo de la muerte;
de ámbar nos visten
los sueños donde ésta pasea.

¿Por qué sufre este que me habita?
El gozo trunca su vida.
Entre palpables penumbras acaecen
nuestros pasos; su sombra es el hálito
avezado de la muerte que nos descubre.

Y entonces viene a nosotros otra conciencia:
la finitud es un privilegio de los felices,
de los sin motivo.
Transita el otro que nos habita,
ése sufrido incapaz de regocijarse
ante el itinerario fortuito de la vida.

A veces,
sólo algunas veces,
uno se sueña entre flores y sueños,
y al despertar,
entiende que la vida siempre ha estado
ausente…

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