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ALICIA FONTECILLA (Santiago de Chile- Chile)

DEBERES

Elena mira por la ventana, las ramas del árbol, cargadas de pequeñas flores blancas, se mecen con el viento primaveral. Desvía la mirada al sentir el familiar estremecimiento que precede a las lágrimas. No quiere llorar, ya ha llorado demasiado ¿cuánto ha sido? ¿Treinta años? Saca la cuenta con los dedos, desde el año 1978, treinta y dos años se cumplen en septiembre. Desde el día en que los militares le dieron vuelta la casa a culatazos, nunca más volvió a ver a Miguel, su marido.
Ya debería haberse acostumbrado, ya no debería llorar, ya debería haber cortado ese árbol.

INSTANTÁNEAS DE MADRUGADA

Camina tanteando la calle, el hielo madrugador parece adherirse a los mechones de pelo que arrancan del tosco gorro de lana. El amanecer del día sábado culebrea húmedo y a ras de piso, provocando escalofríos en el harapiento que rebusca entre la basura de los establecimientos que duermen la farra de la víspera.
Una pareja sale furtiva de un motel, sin tocarse, caminan al estacionamiento. La mujer tropieza con el hombre agachado entre los cartones. Con un respingo evita el contacto indeseado. El auto arranca con estruendo. El vagabundo y la noche observan en silencio.

PERSPECTIVAS

El hombre aspira con fuerza el aire helado, frente a él, la Cordillera de Los Andes se yergue en toda su majestuosidad. El sol mañanero ilumina con fuerza, rebotando en las laderas blancas, prestándole un brillo especial a los ojos castaños que reciben con gusto la mañana del lunes. Frente a sí, se extiende la ciudad, desparramada por el valle central que respira con dificultad a través del smog habitual. Esto no es problema para el hombre que observa desde su lujoso departamento ubicado en el sector alto de Santiago. La vida le sonríe, él le sonríe a la vida

ENERGÍA

Su gran problema era su carencia de energías, por esta razón se había apartado de muchas experiencias en la vida, ya que sólo podía concentrarse en unas pocas cosas a la vez. Los últimos años esta dificultad se había agravado y le alcanzaba apenas el ánimo para sacar adelante su trabajo y hacerse cargo de su hijo menor, que aún vivía con él tras la muerte, años atrás, de su esposa. Hacía poco había cortado la relación con la mujer que amaba, simplemente sentía que ya no podía seguir adelante, el amor le consumía demasiada energía. Un lunes no tuvo el valor suficiente para afrontar una semana laboral y no se levantó más. Hasta que llegó el día en que el sólo hecho de respirar le resultó tan insoportable que dejó de hacerlo.

INTERVALO

Comenzó a estirar nerviosamente la ropa con las manos. Visto desde lejos parecía un enorme insecto aplastándose las negras alas con las patas delanteras. Este simple acto de pasar y repasar la tela de la chaqueta y el pantalón lo sumergió en un oasis de calma en medio de la vorágine de pensamientos que lo acosaba. Poco a poco fue recuperando el sosiego y el ritmo de la respiración dejó de tener el esforzado quitaypon de las locomotoras antiguas subiendo una cuesta particularmente difícil.
Miró a su alrededor sobrecogido ¡Tanta sangre! ¿Cómo podía haber tanta sangre? Un pensamiento salvador lo arrancó de su ensimismamiento: tenía que huir de ahí lo antes posible. En ese momento se percató de que aún conservaba el cuchillo fuertemente aferrado en la mano derecha. La desesperación comenzó a invadirlo nuevamente. ¡El cuchillo, el cuchillo! ¿qué diablos iba a hacer con el cuchillo?
Levantó los brazos y los restregó contra el cuerpo, repitiendo el movimiento de vaivén de las manos contra la ropa. Sólo necesitaba serenarse nuevamente, ya pensaría cómo hacer desaparecer el arma, cómo salir de ahí, cómo olvidar esta última hora de horror en su vida. Un minuto de tranquilidad, era todo lo que necesitaba.

NOCHERO
Desde que enviudara años atrás, se había vuelto un viejo solitario. Lo sabía, pero no le importaba.
Trabajaba como nochero en una empresa de computación. Le gustaba lo que hacía, disfrutaba las largas horas nocturnas, revisando las cámaras de vigilancia, tomando café negro y amargo. Cada dos horas hacía un recorrido por el recinto, acompañado de dos perros de raza policial, bravos y fuertes. En los tres años que llevaba contratado en el lugar, todas sus noches habían sido perfectas. Era un empleado ejemplar.
No le importaba trabajar para los días de fiesta y sus compañeros de labor se lo agradecían, así es que ese 31 de diciembre se preparó, como todos los días, para ir a la empresa. Llegó puntualmente a las ocho de la noche, marcó la entrada en el reloj y dejó sus cosas sobre el mesón, al revisar su bolso se dio cuenta que había olvidado el café, maldijo por lo bajo con fastidio. Rebuscó entre las cosas que había en el mueble, pero sólo encontró unas bolsas de té barato. Refunfuñó resignándose a pasar la noche sin su bebida favorita.
Se sentó frente al monitor de vigilancia y revisó cuidadosamente el sector. Después de la ronda de las doce, calentó agua en el hervidor y sacó de su bolso un pan con queso que puso en el microondas. Se sirvió una taza de té, renegando todavía por el olvido del café.
Despertó poniéndose bruscamente de pie. No recordaba haberse quedado dormido ¿cómo pudo sucederle algo así? En todos sus años trabajando nunca se había descuidado. Comenzó a revisar nerviosamente el monitor de las cámaras de vigilancia mientras su mente culpaba a la falta de cafeína. ¡La puerta del servidor estaba abierta! Estaba muy seguro que esa puerta había estado cerrada. Llamó a los perros y se dispuso a revisar.
No era la única puerta abierta, todas las salas se veían revueltas y faltaban la mayor parte de los equipos ¡Habían entrado a robar!
Se llevó las manos a la cabeza con incredulidad y desesperación ¡buena la había hecho! Justo esta noche a él se le ocurría quedarse dormido, si hubiera estado vigilando habría dado la alarma. Existía toda una normativa a seguir y él la conocía a la perfección. Ahora era demasiado tarde, ya no había rastro de los ladrones.
Lo único que le quedaba era regresar al puesto de vigilancia y dar la alarma de todas maneras. Tendría que afrontar las consecuencias de su falta.
Amargado, abrió la puerta de su pequeño cubículo, al entrar comprendió de golpe que no iba a poder seguir el protocolo, es más, ni siquiera tendría que preocuparse de conservar su trabajo. Su cuerpo seguía en la misma posición de hacía un rato atrás, los brazos sobre el mesón, la cabeza apoyada a un costado, los ojos dulcemente cerrados, como quien descabeza una buena siesta, el cuchillo asomándose por la espalda, exactamente entre los omóplatos, el charco de sangre bajo la silla.

ÁNGEL

Aún te recuerdo, ángel Iscariote
puedo sentir las plumas finas de tu bigote cosquilleando sobre mis labios
cuando despierto en sábados nubosos de un marzo cualquiera
viendo escapar el juramento medroso de tus dedos huidizos

Dibujo tu nombre en las entradas de la autopista a Rancagua
donde te vislumbro regando la eternidad de tus prados sureños
buscando en otras pieles tibias el trazo de mi figura elusiva
completando días de soledades inmemoriales

Te encuentro en mi destino de cuenta regresiva
cuando otras vidas me empujan al ensueño temprano
a tantas preguntas sin respuesta, tantos caminos rotos

Siento tus ojos ocultos enviándome mensajes cifrados
códigos que dejaron de existir en una noche sin nombre
entre la tembladera de vasos rotos y aguas perdidas

LA PALABRA

En un instante arrojo esta palabra
la arranco a borbotones de mi vientre
latiendo aún de espera entre mis sombras
Abres tus manos, tus ojos, tu boca
y yo cavo a dentelladas en tu pecho
para sembrar en sangre este tesoro
este diamante, este pequeño dios
este huracán de fuego que me porta
en la sutil caricia de sus letras

MEMENTOS

Antes que las cortinas suspiren en lo oscuro,
al caer la noche sobre tus párpados cerrados
cuando al fin comienzas a parecerte a ti mismo
intuyo sabores amargos y salobres en tu piel
Queda mi lengua atrapada entre tus dedos
y tus ojos se vuelven más grandes, como en las fotos,
esas que me hablan de otro que respira como tú
en los senderos llanos del día a día

Escucho tu voz traspasando las paredes
hecha carne entre páginas de libros
lo dulce vuelve a deshacerse en mi boca
cuando mis manos saltan sobre barrancos tibios
y te atrapan de improviso, desnudo de palabras
en tanto corren los minutos por las venas
inmolando a gotas la ternura de tu abrazo

LA CONTINUIDAD DE LA LUNA

Abro las manos empuñadas y desde mis dedos escapa un nombre
se aleja dejando leves rastros de tinta en negritas y cursivas
una única lágrima se arrastra rodando penosamente tras las letras
a lo lejos la luna brillante y redonda me observa indiferente
otros rostros le sonríen con bobalicona y ciega admiración
nada saben de las paredes cerradas en los extremos del mundo
ni de las voces secas susurrando adioses en cada puesta de sol

CRONOMETRÍA DEL CANSANCIO

Torbellino en hojas vivas
verdes y rojos de tacto candente
agitados los pies van de un lado a otro
la memoria se sofoca
en imágenes de pasados alegres
Demasiada gente a estas horas
muchas preguntas como saetas en el aire
no alcanzan los pulmones el próximo suspiro
las manos caen enraizadas al blanco
un único pensamiento se aferra al reloj
como náufrago a un madero
en este mar intranquilo de estío
tras ocho horas de tiempo alquilado
al salario nuestro de cada mes
no hay camino a casa que no se ame
cuando el atardecer nos entrega
la sabiduría del ocaso

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