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MARÍA PÍA DANIELSEN (Santiago del Estero-Santiago del Estero-Argentina)

ROMPECABEZAS

De nuevo, era libre. Despaciosamente, separó cada una de las piezas. La primera, de forma ovoide y ubicada en el extremo superior izquierdo. La segunda, con una cuña pequeña, hizo un mínimo ruidito al desprenderse. La tercera, casi romboidal, estaba prácticamente suelta, en la zona media de su cabeza. La siguiente fue la del extremo inferior derecho, de aspecto sinuoso. Esta costó despegar, tal vez por su forma enredada. La del extremo inferior izquierdo casi salió despedida, su forma redondeada fue la que le dio el impulso. Y así sucesivamente, separó las piezas de su cuerpo y cabeza durante toda la noche. Cada compartimiento estanco cobró vida por si solo. La soledad se estiró a sus anchas, sin preocuparse por aplastar a la empatía. El egoísmo creció hasta el infinito: la solidaridad se hallaba muy lejos, hablando con el estímulo. El orgullo planeó por sobre los sentimientos, que en realidad no se adaptaban a ser piezas desarticuladas de una personalidad fragmentada y compleja.
En la oscuridad, el yugo cede. Y se agigantan los monstruos que estaban cautivos.

SIN HOJAS

Llevaba demasiado tiempo intentando hacerlo bien. Nunca quedaba satisfecho. Evaluaba concienzudamente todas las alternativas posibles: más colores, menos sombras, algo de viento, un poco de agua, un matiz alegre, una pizca de gravedad. Cada etapa era evaluada implacablemente. Y jamás cumplió con sus pretensiones.
Sin ocultar su desencanto, lamentó profundamente su mala suerte.
Al libro de su vida le faltaban las hojas correspondientes a las instrucciones para su correcto armado.

ELECCIÓN

-¡Eres verde! Nunca te hubiese imaginado así- aseveró Pablo.
-En realidad, no siempre soy verde. Algunas veces estoy roja o azul o naranja o incluso negra- contestó el alma.
-¿Porqué el cambio de colores?-
- Bueno, depende de lo que hagas conmigo. Si estás belicoso me conviertes en sangre. Si reflexionas cambio inmediatamente al azul. Cuando imaginas adquiero los tonos de la puesta del sol, naranjas y amarillos. Si el dolor no te permite abrir los ojos clausuras mis matices y viro al negro-.
-Perdón- masculló algo avergonzado. -Lamento que tu destino haya sido el de acompañarme-
-Te equivocas. Yo te elegí. Porque mientras corres detrás de tus sueños me pintas de verde. Porque cuando asciendes a los cielos me aferro muy fuerte a tus alas y disfruto el placer de planear. Porque cuando me miras, mi verde se hace más intenso y brillante-
-Pero jamás hable o te vi antes de hoy- repicó Pablo.
-Error. Hablas conmigo mientras piensas y escribes. Me miras cuando te conmueves al leer un texto. Me acaricias cuando juegas con tus niños. Me lustras cuando, cual Quijote, emprendes contra los molinos de viento.
Te elegí porque casi siempre me tiñes de verde.-

VICEVERSA

-¡Te voy a desnudar! ¡Esos trapos de colores son hojarasca, neblina con perfume a sal!- acusó enhiesta en sus sólidas estructuras.
-¿Envidias mi vuelo? ¿Deseas mi infinitud?- repicó su interlocutora, mientras arrojaba sus prendas al fuego y se calzaba a la perfección la última proclama ambiental del novísimo congreso internacional del medio ambiente.
-Me asqueas, deberías desaparecer, nadie te necesita-
-¿Crees eso? La humanidad me adora. Me encuentran en el sentido de la vida, en los huecos vacíos que completo, en las respuestas a las preguntas ciegas, en los recuerdos más vívidos y en la justificación de las acciones equivocadas-
- No habitas el alma de los humanos, entras y la corrompes. ¡Te desprecio tanto!-
-No deberías hacerlo- respondió mientras bailaba con el arte, los sueños, el análisis, la democracia, el amor. –Eres fría, por tanto no cobijas ni empalagas. Un páramo al que también doy vida e identidad. Me provoca risa tu inmovilidad y el orgullo que acarreas. ¿Alguna vez pensaste que soy absoluta? ¿Y que aun puedo llevar en mi vientre partes tuyas? ¿Qué sin mi te evaporas bajo el fuego del instinto? –No reniegues, eres mi hermana, mi viceversa, el anverso y el reverso, unidas siempre la Mentira y la Verdad.

ESTATUA

-¿Es que no me vas a socorrer?- preguntó la mujer.
-¿Accederás a mi súplica?- requirió el hombre.
-¿Puedes ayudarme?- inquirió el niño.
La estatua de ojos vacuos siguió mirando el destello de las lágrimas.
Si pudiera, invocaría. Si pudiera, lloraría sangre. Si pudiera, se reconocería un instrumento. Si pudiera, ella también blandiría el látigo contra los mercaderes de los falsos dioses.

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