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MIRIAM CAIRO (San Nicolás-Buenos Aires-Argentina)

MUSAS

I.

Ella tiene una musa con la que suele besarse en la boca y trazar un círculo vicioso. No es esa clase de musa que intenta estrangularse para no ver más la luz del sol, pero es huidiza. Cuando llega, gusta entrar por una puerta disimulada en la Muralla China. Se desliza en puntas de pie como si el mundo estuviera sembrado de cabezas cortadas. Los besos que a ella le roba son fugaces y traicioneros. La dejan con la boca abierta y los pies enterrados en la arena.

II.

De vez en cuando abre sus silencios. Todo es vibración allí. Suele estar tan temblorosa, tan solitaria cuando las palabras asoman su nariz... No importa lo que ellas han llevado sino lo que traen en sus cuerpos gozosos. A ella le conmueve verlas así, desnudas, en los labios del mundo.

III.

Los pliegues del vestido y Venus allí, con su esplendor. Esos cuerpos ambiguos, transitando por la niebla, oscilan entre los gemidos de una mujer y los gruñidos de un hombre. A dos aguas navegan fluctuando hacia una y otra identidad. Esos cuerpos beben alternativamente el vino de la adoración y el barro del desprecio. En sus bocas se renueva a cada rato el desliz de la penuria.
Gruesas piernas de hombre enfundadas en finas medias de mujer.
Gargantas de huracán profiriendo graznidos de señoras.
Dos en uno, amenazándose alternativamente.
Pasan los siglos y el pecado, enredado en el árbol, con sus labios carnosos, se vuelve cada vez más puro.

IV.

Como un pez aburrido en el cielo, ella roe y a la vez alimenta sus palabras. Tras el agua corre arrastrando la herencia maldita. Mientras otros rezan y admiran sus llagas dominicales, ella desenvuelve la memoria de un pescador y habla de la espuma que queda en la orilla del río cuando el agua se va.

V.

Una musa ha rodado por el terraplén. Se levanta, y mareada mira por dónde ha caído. Tiene deseos de gritar aunque nada le duele: toda la vida ha rodado. Ya ni siquiera pretende ocultarse del permanente sol que alumbra su cabeza. La mujer desnuda y su musa magullada juegan con las babas de la luna.

VI.

Escribe cien veces en una hoja de papel: "te amo". Y el perfil invencible de la humanidad, escupe sobre ese vínculo equivocado.

VII.

Ella no le teme al impiadoso brillar del puñal de su musa asesina. Las intenciones de ella bien pudieran ser las suyas.
Una y otra se inclinan sobre lo escrito con los ojos helados del conocimiento.
Al borde de la palabra el puñal acecha.
La musa no tiembla al decapitar las ideas endebles que se le ocurrieron a su ama.

VIII.

Algo que no se ve vino a cubrir los agujeros de la ausencia. Se siente como azúcar negra y huele a vainilla. Palabra de honor. A veces la vida es exquisita. Invita a chuparse los dedos.

IX.

Donde quiera que vaya la musa borracha de tinta, corre el riesgo de perder la vida en manos de su propio quehacer. Cuando llueve se cobija bajo un paraguas para no estropear su cuerpo líquido. A cualquiera que le pregunte si viene todas las tardes, ella responderá que sólo de vez en cuando. (Es claro que se acerca únicamente para retardar los desenlaces).

X.

Es muy distinto perecer pasivamente, como simple víctima, a perecer como alguien que se entrega por impulso. Con su pesado dedo, Dios dibuja nuestras pesadillas. Hace agujeros en el corazón, cava nuestras tumbas. Nos grita en la cara que somos el fruto de su error. La decepción de sus sueños. Cabe preguntarse por qué no se irá a fundar mejores mundos y nos deja a nosotros construir el nuestro con los delgados dedos de la propia imaginación.

XI.

A veces viene una musa lenta como un caracol pequeñísimo. Viene con sus roces babosos a despertar las sensaciones. Ella la recibe siempre. Qué belleza. Se deshace en sus manos. Es la musa más ambigua y por lo mismo la más deseable. A veces llega vestida de hombre. A veces, con los modales de una virgen. A veces ladra en cuatro patas como una perra blanca. Ser hombre o mujer es algo que se decide en un segundo. (Hay lectores tan amables que facilitan la redacción de estas cuestiones).

XII.

La realidad cumple una función paradójica. Presencia y ausencia sólo sirven para construir una antítesis. La presencia no es más que aquello que refiere al fruto en proceso de maduración. La ausencia, al fruto engullido porque ya estaba maduro. En los bares, también la realidad cumple una función excéntrica. Basta escuchar a alguien hablar de sí mismo con inflexión de seguridad, y de los otros, como si los interpretara, para darnos cuenta en qué modo la verdad se ríe de nosotros.

XIII.

Hay una musa que llega como un viento. De los pezones le chorrean gotas de agua. Lo sentido pasa por sus hombros y sus axilas como un aire respirado en la eternidad. Viene a ver qué escribirá ella cuando escriba. "Un golpe de dados no abolirá el azar", repite. Luego, su presencia aporta la palabra necesaria en el momento mismo de la necesidad. Es la musa más difícil y oscura, y también, la más peligrosa.

XIV.

Hay dos, tres, varias razones para que ella vea una cabellera rojiza en el fondo del estanque.
Una: el asesino sin gajes.
Otra: una anciana acurrucada de espalda contra el piso, con las piernas juntas y los talones al aire.
Otra: la anciana cantando una canción que habla de naranjos.
Otra: el infinito expandiéndose a través de la ventana.
Otra: el jadeo de un gorrión nervioso.
Otra: una cosa cualquiera, que ha visto sin darse cuenta.

XV.

Felizmente las puertas están abiertas, la sangre fría y las decisiones tomadas. Ella tiene tos y una musa bebe en dos sorbos el jarabe marrón del frasco negro. Tanto a la China como a Paysandú, lleva en su equipaje un colibrí que sostiene los sahumerios. Tanto en la China como en El Palmar, las musas se le aparecen jugando siempre a distintos personajes y se acuestan todas juntas en un cuarto pequeño. Cuando no la dejan dormir, ella asume su enérgica autoridad, pero ninguna le obedece. Entonces, sólo atina a esquivar los golpes porque ellas se enfurecen cuando las trata como deidades, como colegas o como esclavas.

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